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La Nicaragua de George Orwell

Una nación bajo la dictadura totalitaria de Daniel Ortega.

Lo que Orwell en su novela 1984 retrataba como una ficción distópica, se ha convertido en una constante histórica, donde el poder político autoritario es capaz de suprimir la diferencia ideológica, justificar la violencia y rediseñar la realidad de sus habitantes.

“Al final, el Partido anunciaría que dos y dos son cinco y habría que creerlo”

1984

Desde su regreso a la presidencia de la República de Nicaragua en 2007, las causas que en su pasado guerrillero sandinista, Ortega reprobó, hoy resultan el estandarte de su mandato.

Con la designación de Rosario Murillo como vicepresidenta, esposa de Ortega, se inició un proceso de concentración de poder, que fue materializado constitucionalmente con las reformas de 2014. En ellas se eliminó cualquier restricción a la reelección indefinida, y se desechó la obligatoriedad del presidente y vicepresidente de presentar un informe anual de gestión ante los diputados de la asamblea.

Más control

Dentro del régimen ficticio de 1984, existe el Ministerio de la Verdad, el cual se encarga de rediseñar el pasado y el presente mediante un discurso falaz tildado de verdad, así como aterrorizar para someter a la población.

Simultáneo al discurso demagogo de Daniel Ortega y Murillo, existe un medio para acallar voces mediante la violencia, como fue el caso en 2018 durante la protesta pacífica “madre de las marchas” que dejó 350 personas asesinadas por las fuerzas del Estado.

Así como en la novela de Orwell, existía una policía del pensamiento que espiaba y coartaba la libertad de expresión, la persecución periodística ha llevado al exilio alrededor de 118 periodistas, de acuerdo con información de la red de seguridad regional, Voces del Sur, de Nicaragua.

Realidades opuestas

Actualmente existe una guerra de narrativas dentro y fuera de Nicaragua, pues mientras el gobierno en turno y sus defensores aseguran un país boyante, libre y víctima de conspiraciones, existen quienes denuncian la represión dictatorial: presos políticos, activistas en arraigo domiciliario, misioneras católicas desplazadas y sacerdotes amenazados.

Para Daniel Ortega, la Nicaragua que gobierna es algo similar a Disney, al mismo tiempo que se aprueba la ley 1055, mejor conocida como la “Ley de Soberanía”. Esta iniciativa tipifica a los “traidores a la patria” y contempla castigar a quienes financien un golpe de estado, inciten a la injerencia extranjera o aplaudan a la imposición de sanciones contra Nicaragua .

La mezquindad de dividir

Una polarización que además de incitar al odio y generar división entre el pueblo, suprime toda libertad e impone una era de terror; evidenciado una clara crisis de los derechos humanos.

Al Orteguismo controlador no le bastan las 100 mil personas que se encuentran en el exilio, tampoco le bastan los precandidatos injustamente detenidos desde el año 2021.

Pero recuerden que todo puede empeorar y que el deterioro no tiene límites. Para muestra, los hostigamientos a sacerdotes católicos durante los últimos días; desde el cierre de radiodifusoras, pasando por intimidaciones, hasta arraigos obligados por el simple hecho de no congeniar con el régimen.

Pero a diferencia del final desolador de 1984, la historia ha demostrado que por más grande que resulte la pesadilla dictatorial, esta tiene fecha de caducidad y es el mismo pueblo el que lucha por sí mismo, para recuperar su libertad.

Para el resto del mundo, la realidad de Nicaragua es un recordatorio latente sobre el autoritarismo, que ninguna nación está exenta de enfrentar, y solo a través de un gobierno descentralizado, pluralismo político y protección a las libertades, se podrá garantizar el bienestar social. Que sirva todo lo anterior para aprender en cabeza ajena.

Fuerza Informativa Azteca