Por Daniel de la Fuente
Jonathan Freedland es un periodista y escritor británico, columnista de The Guardian, también publica en el New York Times, tiene un programa de radio en la BBC y varias novelas de suspense. Nos encontramos con él en el Centro Sefarad-Israel de Madrid a finales de febrero, a pocos días de cumplir 56 años, donde podemos ver la exposición ‘Mauthausen: memorias compartidas’, una muestra que da a conocer la terrible realidad a la que se enfrentaron miles de españoles republicanos deportados a este campo de concentración y la convivencia con los judíos.
Freedland acaba de publicar con Planeta ‘El maestro de la fuga’, un thriller trepidante, muy cinematográfico y muy bien documentado que nos cuenta la historia de Rudolph Verba, uno de los primeros y poquísimos judíos que logró escapar de otro campo de concentración, el de Auschwitz. Su misión era contarle la verdad al mundo. Lo intentó, pero costó mucho que le creyeran.
Esta historia empieza para usted cuando tenía 19 años, cuando ve un documental de más de 9 horas de duración. ¿Qué le llamó la atención del documental?, ¿qué le impactó a esa edad del testimonio de Rudolf Vrba en particular?
Es cierto que todo esto empezó cuando tenía 19 años, en un cine de Londres, en la oscuridad, viendo una película muy inusual, Shoah, un documental de nueve horas y media de duración. Yo era un chico raro a los 19. La película era una sucesión de entrevistas con lo que me parecieron hombres muy viejos y rotos, hasta que de repente en la pantalla apareció una figura con un enorme carisma y presencia. Como una estrella de cine, con pelo grueso, oscuro y hablando en inglés, en la ciudad de Nueva York, con un abrigo de cuero…. Me recordaba a Al Pacino en Scarface. Todos los demás en la película eran personas grises y hablaban idiomas de Europa del Este, ruso o polaco. Y este hombre, con un carisma muy desconcertante, parecía sonreír a menudo cuando habla. Es un tipo de persona muy diferente. Y casi como que de pasada se mencionó que había escapado de Auschwitz. A pesar de mis solo 19 años, conocía lo suficiente sobre el Holocausto como para saber que los judíos básicamente no escaparon realmente de Auschwitz, que eso casi nunca ocurrió. Ocurrió muy pocas veces. Así que este personaje me intrigó de inmediato. Nunca olvidé su nombre, Rudolf Verba, y nunca olvidé su historia. Y hace unos años volví a ella.
Siendo tal la hazaña, ¿por qué no ha tenido la relevancia de otras historias que se mencionan, como la de Ana Frank, la niña más conocida víctima del holocausto?
Esta historia era conocida por historiadores y expertos especializados. Lo sabían. Pero tienes toda la razón. Cuando se me ocurrió la idea de escribir un libro sobre el tema, pregunté a la gente, incluidas las personas que se consideran muy expertas en el Holocausto o en la Segunda Guerra Mundial, y les decía: ¿quién es Rudolf Verba? Y creo que dos personas supieron responderme. Dos de las docenas y docenas a las que pregunté. Así que es un misterio por qué esta increíble historia es tan poco conocida. Creo que hay varias razones. Rudolf era un testigo incómodo y que incomodaba. Cuando contaba su propia historia, a veces señalaba con el dedo acusador a quienes, según él, no habían hecho lo correcto, los colaboracionistas. Y por eso no lo invitaban a dar conferencias, a salir en televisión, a dar discursos, pensaban que pod
ía decir cosas que les resultaban difíciles de asumir. Expresaba puntos de vista que no gustaban a muchos historiadores del Holocausto, que empezaron a dejarlo de lado poco a poco. A él y a Fred Wetzler, los dos fugitivos, y con ellos al informe que escribieron, que detallaba lo que pasó en Auschwitz. Incluso borraron sus nombres, decían «dos eslovacos fugados redactaron un informe…» sin dar sus nombres. Fueron apartados de su propia historia durante décadas. Así que, en parte, lo que hago con este libro es devolverlos a la narración, asegurarme de que ocupen el lugar que les corresponde en esta historia.
Cuándo empezó a escribirla o cuándo decidió que publicaría este libro sobre su historia. Y cómo ha sido proceso de documentación: recoge libros, documentales, el informe, las memorias de Rudolf… ¿Ha sido fácil acceder a todos esos archivos y recoger también los testimonios vivos? Habló con el propio Rudolf y también con sus allegados, con quienes le conocieron.
De alguna manera llevo trabajando en este libro 35 años, desde que tenía 19. Empecé a darle vueltas de nuevo en 2016, cuando el diccionario de Oxford escogió como palabra del año posverdad. Fue el año de las noticias falsas y los hechos alternativos, el año de Donald Trump y el Brexit. Y volví a pensar en la verdad y la mentira. Y en el centro de esta historia está la verdad. Porque escapó de Auschwitz para sacar la verdad de debajo de una montaña de mentiras. Pero me puse en serio a principios de 2020 y estuve trabajando durante dos años largos. Si no es por la pandemia, me hubiera llevado cuatro años escribirlo entre trabajo y viajes. Tuve mucha suerte porque Rudolf había dejado mucho material escrito. Había escrito su propia historia, una autobiografía en 1963. Pero había sido un testigo frecuente. Le entrevistaron muchos documentalistas que dejaron cientos de páginas de transcripciones de las mismas. Él fue testigo en casos judiciales, a menudo a criminales de guerra, y había mucho material escrito. Tuve mucha suerte. Localicé a una mujer, Gerta Verboba, que no solo fue su primera esposa, sino que también había sido su novia adolescente en Eslovaquia, se conocieron cuando tenía 14 años. Así que había conocido al chico antes que al hombre, al chico antes de Auschwitz. Y cuando tenía 93 años, la visité, vivía sola en Londres. Era el verano de 2020, así que nos sentamos fuera en su jardín, manteniendo la distancia mientras me contaba la historia de este hombre extraordinario. Y me dijo: «Mi nieto está aquí porque tengo algo que darte que pesa mucho para mí». Y el nieto bajó las escaleras con una maleta roja llena de papeles, ella me la entregó y dijo: Son las cartas de Rudy. Quiero que las tengas. Y en ese momento sentí que tenía que escribir este libro. Con todo este material, habiendo hablado con su primera esposa, también hablé con amigos suyos. Se convirtió para mí en un hombre más que en u
n personaje de la historia.
¿Qué hay real y qué hay de ficción? Porque la memoria es tramposa. Uno recuerda lo que quiere y como quiere. Usted no es ingeniero ni abogado, como los que redactaron el primer informe. Es periodista, ¿cuánto de pirotecnia retórica hay aquí?, como se comenta en el libro: «cuánto hay de hechos y cuánto de pasiones». Cuánto de Rudi, cuánto de Alan Bestic o John Freedmann.
Es una pregunta interesante. Aquí no hay ficción. No me permití inventar ni el más mínimo detalle. Hay personas que han intentado negar el Holocausto, que dicen que es una ficción. Y pensé que si permitía un poco de decoración en este libro, dirían: bueno, todo es una historia inventada. Así que fui riguroso al respecto. Todo tenía que venir de una fuente documentada, una carta, una transcripción judicial o sus memorias. Ahora, tienes razón en que a veces incluso esas fuentes pueden ser recuerdos de personas de los que no te puedes fiar del todo. Puede ser. Pero siempre hay una fuente documentada. Y he descubierto que la historia de Rudy era más fiable de lo que esperaba. Había cosas en su libro, que escribió junto a Alan Bestic, que sí que tenían algunas licencias. Pero hubo un juicio contra un negacionista del Holocausto en Canadá en 1985. El testigo estrella de la acusación fue Rudolph Verba. El abogado del negacionista quiso demostrar que no se podía confiar en las memorias que Rudi había escrito y que no era de fiar. Le insistió en varios detalles, tratando de demostrar que su memoria estaba un poco borrosa. Pero en realidad, al ser interrogado, dio muchos más detalles de los que había en su autobiografía. Y señaló otras fuentes que corroboraban su relato. Mi ejemplo favorito es que Rudi siempre insistió en que había memorizado en su cabeza cada transporte, cada tren que llegaba a Auschwitz y que no lo apuntó en ningún sitio. Algunos historiadores lo dudaban, decían que no es posible cometer una hazaña de memoria tan extraordinaria sin lápiz y papel. Y él respondió: «Si hubiera escrito algo, los nazis me habrían matado al instante por hacerlo. Tenía que estar todo en mi cabeza». Y descubrí que había otras fuentes que corroboraban lo que él escribió en su libro. Así que sí, este hombre tenía una memoria increíblemente buena, era capaz de recordar datos de hace 30 años al detalle. Así que resultó ser más confiable de lo que cualquiera de nosotros hubiera esperado.
Sobre la importancia de escribir y documentar, ¿hay una reivindicación también del periodismo, de los números, los hechos, los datos?
Sí, hay un tema sobre el periodismo en este libro y es la importancia de los hechos. Dar testimonio y también la decepción que eso puede traer. No cubrí la guerra en los Balcanes en la década de 1990, pero muchos de mis contemporáneos periodistas sí lo hicieron en Bosnia y Kosovo. Y lo hicieron impulsados por la creencia de que si se podían dar a conocer los hechos, eso sería suficiente. El mundo actuaría inmediatamente. Todo lo que necesitaban era la información. Y no, la guerra continuó en Bosnia durante bastante tiempo sin que el mundo actuara, sin que el resto de Europa actuara. Y esa había sido la experiencia de Vrba, que creía que con recopilar los hechos, bastaría. Creo que como periodistas, seguimos teniendo fe en eso. Y es muy desgarrador darse cuenta de que, a veces, el periodismo por sí solo no basta. Hay algo muy importante en este libro que tiene que ver con lo que es nuestra fe como periodistas, el trabajo que hacemos. Y la historia de Vrba es un caso extremo.
«El pequeño Walter salió dotado de una precoz inteligencia», leo. ¿Cómo era Walter y en qué se convirtió Rudi?
Es algo fascinante este cambio de nombre, alguien que huye de su propio nombre, que es lo que hizo. Su compañero de fuga (Fred Wetzler) no se cambió el nombre, recuperó su nombre original. Así que hay algo profundo ahí. Walter era brillante, con una inteligencia precoz, muy independiente y no soportaba que se le restringiera su libertad. Era injusto. Y Rudi era el mismo hombre, pero enfadado. Se opuso a cualquier restricción de su libertad. También en la Checoslovaquia comunista de posguerra. No podía soportar que lo restringieran de ninguna manera. Eso tenían los dos en común. Pero lo difícil de afrontar es, y aquí cito a Gerta, a su primera esposa, que es una de las pocas personas que conoció tanto a Walter como a Rudi… lo difícil era asumir que tanto él como ella eran dos personas muy dañadas, rotas. Rudi es la versión dañada de Walter, después de pasar por Auschwitz. Hubo cosas que cambiaron en él. Cuento un hecho, después de la guerra, en Praga, cuando Greta ahorra raciones de comida, esconde huevos para sorpre
nder a sus hijas con una tarta. Y se da cuenta de que Rudi se ha comido los huevos. Porque si estás en Auschwitz y no tienes comida, no esperas. Te la comes, porque si no la comes tú, alguien la comerá. Rudi se queda con ese nombre para tratar de empezar de nuevo, escapar del pasado. Pero en cierto modo, Rudi sigue siendo Walter, una versión pos-Auschwitz. Huyendo de su nombre trata de consagrar el cambio.
No vamos a desvelar cómo consigue escapar, pero sí leemos a través de las páginas de este libro que la suerte les acompañó a lo largo del camino, la suerte se les aparecía y gracias a la suerte, además de al coraje y la resistencia, la suerte tuvo mucho que ver.
Esta es una pregunta muy buena y muy importante porque no se trata solo de escapar, sino de sobrevivir. He entrevistado a lo largo de los años, incluso antes de este libro, a muchos supervivientes del Holocausto. Y lo único que dicen casi todos es que la suerte los mantuvo vivos. Si les preguntas cómo es que sobreviviste, no dirán: Oh, porque soy tremendamente valiente o soy muy inteligente o muy fuerte. De hecho, si les preguntas: «¿Qué fue lo que te permitió sobrevivir?», pueden incluso molestarse, porque la pregunta implica que aquellos que no sobrevivieron carecían de alguna cualidad, de fuerza o inteligencia. Es la vergüenza del superviviente, así que te responden que lo único que los mantuvo vivos fue el azar. La buena suerte. Incluí deliberadamente en el libro muchos momentos en los que realmente con un cambio milimétrico, él hubiera muerto y otro hubiera sobrevivido. Por ejemplo el capricho aleatorio de un guardia nazi que decide golpear a esta persona y no a esa otra. Ese momento es la diferencia entre la vida y la muerte y es muy importante. Tuvieron suerte, hubo otros intentos de fuga que cuento en el libro que tuvieron mucha mala suerte. Ese grupo de cuatro personas que se topó por sorpresa con unos guardabosques alemanes afuera. De no haber sido por esto, hubieran sido los primeros en correr la voz. Vrba lo decía siempre, que había tenido buena suerte. Y es muy importante recordarlo porque no queremos emitir ningún tipo de juicio sobre los que no sobrevivieron.
Después de la fuga de Auschwitz, entramos en otra parte en la novela, otra fuga, la del informe recorriendo países, fronteras, me mano en mano con momentos realmente tensos. «La información era uno de los bienes más preciados de Auschwitz». «Su misión era contarle al mundo lo que ocurría». Romper las mentiras con el poder de la información. Hoy con las noticias falsas, con bots en las redes sociales y en un escepticismo instalado, no lo creeríamos. Se me ocurren tres ejemplos: la pandemia, que nadie quiso ver venir, que se hablaba de una gripe o de una conspiración mundial. La guerra de Rusia contra Ucrania, que empezó mucho antes de hace un año y nadie pareció prestar atención a las señales. O el cambio climático, con tanto negacionista negando las evidencias científicas.
Me alegra mucho que menciones todo eso porque también estaba en mi mente. Y no lo manifesté explícitamente porque quería que las personas llegaran a esa conclusión por sí mismas. Pero la crisis climática en particular estaba en mi cabeza, porque creo es un defecto del ser humano, que nos cuesta concebir nuestra propia destrucción inminente como especie. Y haremos todo lo posible para no enfrentarnos a ese hecho. De estos dos jóvenes se dice en el libro que tal vez están exagerando o que se equivocan, se aferran a lo que sea para no tener que creerlo. Cuando terminé el libro ocurrieron dos cosas muy rápido. La primera fue la invasión rusa de Ucrania. Había ucranianos que llamaban por teléfono a sus familiares rusos en Moscú o dondequiera que estuvieran y les decían: estamos siendo bombardeados, ahora mismo. ¿Puedes oír la bomba? Y su propio pariente les decía por teléfono: No te creo. Aquí en Rusia en las noticias no hay guerra. Y la otra cosa que ocurrió fue la película No mires arriba, una sátira sobre lo que la gente hace para no enfrentarse a la idea de que el mundo está a punto de acabar. Dicen no mires al cometa que se dirige hacia nosotros. Y en cierto modo, creo que es humano. Había judíos que se negaban a creer lo que decían Vrba y Wetzler, pero también había no judíos, líderes gubernamentales que también se dijeron a sí mismos que era exagerado o que no podía ser tan malo como lo pintaban. Y tenían una razón para ser escépticos y es que no había existido antes nada parecido a Auschwitz en la historia de la humanidad. Entiendo que era difícil de creer, es un aspecto del carácter humano que no entendía antes de escribir este libro, y es que no podemos soportar escuchar lo insoportable. Encontraremos formas de no oírlo. Y él, por muy inteligente y valiente que fuera, no lo entendía, que no le creyeran, fue una terrible sorpresa para él.
¿Qué poder juega hoy la prensa? No solo en la era de las fake news, sino en la del consumo rápido, la sobreinformación, tantos medios digitales, muchos sin control, una noticia queda sepultada rápido por el siguiente escándalo… vivimos tiempos de ansiedad informativa.
Eso me preocupa. Lo peor no es que el informe se negaría o se desmontaría, sino que se perdería entre todas las demás cosas que están sucediendo, saldría en las noticias un par de días como mucho. Y luego todos estaríamos hablando del puñetazo de Will Smith en los Óscar, por ejemplo. Nadie escucharía y menos la verdad, por eso me gustó la película No mires arriba, porque habla de eso. Y hoy habría personas, que las hay, que negarían el informe, claro que lo negarían. Personas que dirían que es propaganda de un ejército de bots. Así que era difícil hacer correr la voz en ese entonces y lo sería ahora por otras razones. Redactar el informe ya fue muy difícil, pero luego, para publicarlo, tuvo que seguir una especie de ruta de escape propia, otra fuga, pasando de mano en mano a través de las fronteras, en secreto gracias a miembros de la resistencia, sacerdotes, diplomáticos. Hasta que llegó a Londres. Ahora, puedes pulsar un botón y todo el informe se descargaría en una fracción de segundo para todo el mundo. Así que el problema que tenemos ahora es diferente, tendríamos toda esta información disponible, pero no la creeríamos porque habría gente que inmediatamente diría que no es cierta. Es decir, este es un problema perenne. Pero la tecnología lo ha empeorado mucho.
Se habla de los judíos despojados de su ciudadanía y enviados al otro lado de la frontera. Eso lo estamos viendo hoy en Nicaragua ante la pasividad o escasa contundencia de América Latina y de la comunidad internacional. ¿Estamos condenados a repetir la historia? Otros personajes, otro contexto, pero la misma historia.
No conozco los detalles de lo que está pasando en Nicaragua, pero siempre hay un lugar del mundo, en cualquier momento, en el que se apunta a una minoría, se l excluye. Proyectos genocidas para exterminar a una parte de la población son raros, pero existen, como en Ruanda. Y quién sabe lo que está pasando realmente en la provincia china de Xinjiang con los débiles, es algo que me pregunto mucho. Así que forma parte de nuestra especie el excluir a los grupos que son diferentes a nosotros. La ventaja que tenemos es que sabemos lo que se hizo en la década de 1940, así que estamos advertidos por la historia. Tenemos el precedente de Auschwitz y el Holocausto. Eso debería permitirnos estar atentos a las señales de advertencia, porque obviamente Auschwitz no comenzó con Auschwitz. Llegó después de una década persecución, humillación y exclusión. Así que debemos estar atentos a eso. Partiendo de la singularidad de Auschwitz, hay vque extraer lecciones universales. Aprender a escuchar esas señales que indican que vamos ahí otra vez, que hay gente volviéndose en contra de este grupo o aquel otro.
Hay una división incluso dentro de Auschwitz. Kann er da, Kanada, ese paraíso dentro del infierno. Cien años después, la sociedad sigue dividiéndose en clases, en grupos, razas… seguimos clasificando, etiquetando a las personas. En las distopías apocalípticas el ser humano, aunque haya caído el sistema, levanta otro igual: jerarquizado, divisivo, esclavista. ¿Es innato a nosotros el dividir y jerarquizar a la humanidad?
Sí, desde luego, la jerarquía es la forma en que la que los humanos se organizan, más allá de las diferencias raciales. Quiero decir, la raza en el sentido en que se desarrolló en el Holocausto fue un invento del siglo XIX. Esa idea pseudocientífica de los grupos raciales en los que algunos eran más inteligentes que otros. Eso está superado, pero los seres humanos nos organizamos jerárquicamente, a menudo en torno a la clase y la economía. El reto es decir, vale, las personas siempre se clasifican en diferentes grupos, pero tenemos que vivir juntos y soy optimista porque en estos últimos 80 años somos mucho más tolerantes. Pienso en el matrimonio igualitario, entre personas del mismo sexo. Personas que fueron rechazadas la mayor parte de mi vida. Ese sexo era ilegal cuando nací en Gran Bretaña, ya sabes. Así que mejoramos y podemos mejorar si recordamos esa advertencia de hacia dónde pueden ir los seres humanos. Pero organizar nos vamos a seguir organizando en jerarquías, lo vemos incluso con los niños en un patio de colegio.
El papel del papa Pío XII ha sido muy discutido hasta nuestros días. El papa Francisco ha ordenado recientemente desclasificar documentos de la época. ¿Qué papel jugó la Iglesia católica en todo esto?
Bueno, esa es otra de las preguntas que los historiadores debaten. Y no creo que las pruebas sean buenas para el historial del Papa Pío XII. Hay gente que le defiende diciendo que tenía que pensar en sus sacerdotes, etcétera. Para mí está claro que la noticia había llegado antes al Vaticano, lo sabían, pero solo actuaron una vez se hizo público en la sociedad. Ahí es cuando el Papa se vio obligado a actuar. Hasta entonces, nada. Y creo que es bastante condenatorio cuando le suplica al líder de Hungría que evite las deportaciones en Hungría. Su carta ni siquiera dice la palabra judío. No se atreve. Los historiadores especializados sabrán mucho más que yo, pero el historial de la Iglesia Católica no sale muy bien parado.
¿Cómo le ha influido la cultura audiovisual en su escritura? Es un relato muy cinematográfico, ¿ha pensado en una adaptación para la gran o pequeña pantalla? Si usted era un chico raro a los 19 por tragarse un documental de nueve horas y media de duración, pensemos en los jóvenes de hoy. Cuántos leen un libro de 500 páginas como este. ¿Habría que hacer una miniserie de varios capítulos cortos?
Bueno, en cuanto a la escritura, es cierto que quería escribir la hsitoria como un thriller. Y los thrillers están escritos con un estilo muy cinematográfico, no tengo claro qué es lo primero, si los libros de suspense se basan en películas o al revés. Pero tienes razón, me encantaría que esto se adaptara a la pantalla. Hay algunas conversaciones en curso, así que tal vez suceda y llegue a un público más amplio. Me ha sorprendido mucho la cantidad de personas que están leyendo el libro, incluidos los jóvenes, eso es bastante alentador. Ha sido alentador pensar que todavía leen sobre un tema difícil como este y lo recomiendan. Así que lo haría. No diría que no.
Cadena SER