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Recordando la vida de Rodrigo Pardo, excanciller y periodista colombiano

El diplomatico y periodista colombiano falleció este 19 febrero en Bogotá, la misma ciudad en la que nació. Recordamos su historia, contada en primera persona, que hace parte de la serie Memorias conversadas de Isabel López Giraldo.
Rodrigo Pardo García-Peña, quien fue director de El Espectador, falleció este lunes 19 de febrero.

Por Isabel López Giraldo

Bogotá, Colombia.- En la tarde de este lunes 19 de febrero se conoció la noticia del fallecimiento de Rodrigo Pardo García-Peña, periodista y diplomatico colombiano, quien en 1998 fue director de El Espectador y también fungió como ministro de Relaciones Exteriores y embajador de Colombia en Venezuela y en Francia.

García-Peña falleció en Bogotá, la misma ciudad en la que nació en noviembre de 1958. Las causas de su muerte aún se desconocen; sin embargo, contó en una entrevista que tenía un tumor maligno en su cerebero que le estaba causando severos problemas de salud.

A continuación, recordamos la historia de su vida, contada por el mismo a Isabel López Giraldo:

Mi abuelo materno, Roberto García-Peña, fue un apasionado del periodismo y director de El Tiempo durante cuarenta y dos años, lo que lo convierte en la persona que por más años dirigiera un medio en Colombia. Su temperamento lo hacía arrollador y era de un magnetismo impresionante. Fue muy cariñoso con sus nietos y tal vez los mayores fuimos los más cercanos a él en lo laboral. Desde nuestra niñez lo visitamos muchísimo en el periódico, nos enseñó el proceso de producirlo y para nosotros, aún en edades tan tempranas, se hizo evidente su pasión por su trabajo pues él vivía en función de la noticia. Fue más un editorialista que un reportero. Aún así la noticia lo conmovía. Trabajaba veinticuatro horas al día porque este es un oficio que no para, la realidad no para. Indudablemente me transmitió este gusto a través de la mirada que yo le daba a él.

Mi primo mayor, Roberto Posada (sobrino de mi mamá), fue un columnista muy importante y exitoso, el más leído del país durante muchos años. Con él hicimos “La Estrella”, un periódico para El Tiempo que se inventó en la época del Gimnasio Moderno, se producía a máquina con papel carbón y lo vendíamos a las personas que trabajaban con mi abuelo (aclaro que el negociante era mi primo).

En quinto y sexto de bachillerato (hoy grado diez y once), dirigí “El Aguilucho”, que era la revista del colegio, de mucha tradición y fundada por Eduardo Caballero Calderón.

Si hay una persona que llevo muy arraigada en el corazón es el profesor Ángel Marcel (Pompilio Iriarte). Es un ser magnífico, humanista, maestro extraordinario a quien le tengo una gratitud enorme. A Pompilio le debo el haberme enseñado lo que la vida me dio de comer: leer y escribir. Y si bien me inculcó el gusto por la lectura, yo también tuve a mi abuelo que escribía todo el día y que siempre estaba repasando y comentando los libros que leía.

En esa época pasaba que la aproximación al periodismo era la de quien está en la frontera con el escritor. Roberto perteneció a una generación de periodistas que si no hubieran sido periodistas hubieran sido escritores o poetas y eso me generó sensibilidad por el tema.

Dudé al tomar la decisión de qué estudiar. Me parecía que la carrera del periodismo era muy débil desde el punto de vista formativo, consideraba que Comunicación Social (como se llamaba en esa época) era básicamente una prolongación del bachillerato que brindaba un conocimiento muy general y no profundizaba en nada. Pasé por la decisión de estudiar derecho o ciencia política a estudiar economía. Tuve más entusiasmo por la ciencia política, carrera que casi completé (luego hice un posgrado en esa materia) y que generaba en mí un gusto mayor que el que me brindaba la economía misma.

Siempre supe que quería ser periodista y lo fui desde el primer momento. Durante la universidad hice un ejercicio periodístico con un grupo de amigos y compañeros, “El Escalón”. Periódico en el que abordábamos temas de la universidad y que comenzó en un momento en el que hubo un paro del sindicato (el segundo y último de Los Andes).

No me había graduado cuando un amigo le habló de mí a Felipe López, quien estaba comenzando la Revista Semana. Felipe me llamó a entrevista para ser redactor económico. Me gradué de la facultad de economía de la Universidad de los Andes en el año 82 y desde ese momento hasta hoy he sido periodista de una u otra forma, a excepción de seis años en los que hice un paréntesis en el sector público.

La Revista Semana apareció en mayo del año de mi graduación (tenía seis meses de graduado cuando ingresé). Estuve un tiempo corto porque me fui de corresponsal y también a estudiar Relaciones internacionales a Washington, cuando Ronald Reagan era presidente, El Salvador estaba en guerra, Centro América, encendida, y en Nicaragua acababa de pasar la revolución. Estudié Ciencia Política en la Universidad Johns Hopkins. Para ese momento, lo que se estaba imponiendo era el “new analysis” (análisis de la noticia). Inmediatamente, supe qué era lo que quería hacer. Eso ocurrió entre 1982 y 1984 y es a lo que me he dedicado toda la vida.

Enrique Santos Calderón, que había conocido mi trabajo en la Revista Semana, me llamó a invitarme para que fuera corresponsal de El Tiempo. Inicialmente no quería trabajar en el periódico porque debía convencerme de que podía hacer una carrera periodística que no dependiera de mi abuelo y por eso acepté, cuando tuve la oportunidad, trabajar en Semana, en donde he trabajado en cuatro ocasiones, haciendo análisis (como lo hacen The Economist y otros medios), abriéndole al lector la posibilidad de una mirada más profunda, de una reflexión sobre lo que puede pasar según los diferentes escenarios. Esa esencia la entiende Felipe, así han pasado treinta años desde su fundación. Por su parte, Alejandro Santos (quien fue director de la revista), es una persona muy querida para mí, con una cercanía muy fuerte de identidad, de amistad, de cariño y por supuesto laboral. Me recomendó que viajara y que a los dos años regresara como efectivamente ocurrió.

Si bien comencé haciendo prensa escrita, también he tenido experiencia en radio, televisión e Internet, pero me he dedicado más al periodismo escrito porque lo que más me gusta es escribir.

Dicté Ciencia Política en la Universidad de Los Andes al mismo tiempo que escribí en la sección Cromos Política de la Revista Cromos. Estando ahí me volvió a llamar Enrique Santos (a quien acababan de nombrar editor dominical de El Tiempo). Me invitó a unirme al equipo con la responsabilidad de una página de análisis central de la noticia de la semana acompañada de unas cápsulas descriptivas del ámbito nacional e internacional.

A mi regreso al país, Juan Tocatrián, junto con Fernando Cepeda, acababa de fundar el Centro de Estudios Internacionales en el Departamento de Ciencia Política de Los Andes. Como Juan regresaba a Washington a terminar su doctorado, se necesitaba alguien que lo reemplazara y me llamaron para eso.

Los más cercanos colaboradores de Virgilio Barco, antes de ser elegido Presidente, fueron Fernando Cepeda y Mario Latorre (profesor del Departamento de Ciencia Política, un señor, fascinante, político liberal del MRL) que le escribían discursos, lo asesoraban y le hacían recomendaciones, y como a mí me apasionaban estos temas, ellos me contaban historias y yo las escribía en Cromos y en El Tiempo.

Cuando Barco fue elegido presidente, nombró a Fernando Cepeda como ministro de gobierno. Algún día Cepeda me dijo que el presidente quería invitarme a Cartagena con mi familia. Viajé y Barco me dijo:

— Mire Rodrigo. Tengo un viaje al Asia muy importante dentro de un mes en el que visitaré Corea, China y Filipinas. Como el mundo está cambiando y el futuro es el Pacífico, Colombia se tiene que acercar a esta nueva realidad.

Nunca un presidente colombiano había viajado al Asia. Continuó:

— Debo investigar la situación de los países a donde voy, pensar temas y enterarme sobre los que se está escribiendo en el mundo de estos países. Para que usted entienda la dimensión de lo que le hablo, debe leer los documentos que me preparó la cancillería.

Así lo hice y fui nombrado, a mis veintiocho años, Consejero Presidencial.

Trabajando con Barco me llamó Ernesto Samper para ser su director de comunicaciones en la campaña de 1990. Yo lo había conocido en la pasantía de Anif siendo él su director. Me pareció interesante y muy creativo pues hablaba de la legalización de la marihuana, de salario mínimo, de las familias y de otros temas.

Me fui a trabajar con él pero la Consulta Liberal la ganó César Gaviria. Cuando estaban en la campaña de Samper contra Gaviria, me llamó Enrique Santos (papá del ex presidente Juan Manuel y de Enrique Santos Calderón) para ofrecerme el cargo de editor político de El Tiempo. Acepté diciéndole que una vez terminara la campaña iría para allá.

Ya era un compromiso, es más, yo no sé cómo Semana se enteró y antes de las elecciones salió un Confidencial diciendo: “El único que no tiene problema en esta campaña es Rodrigo Pardo, porque va a ser editor político de El Tiempo”. Y claramente se alteró el ambiente con mis compañeros en la campaña.

La consulta la ganó Gaviria. Estaba haciendo maletas cuando, a las nueve de la mañana de ese día, me llamó a decirme que no me precipitara porque necesitaba de mi ayuda.

Así fue como entré a hacer parte de un grupo de gente muy joven. Dirigí los medios durante el tiempo que quedaba de la campaña presidencial, le ayudé con el discurso de posesión y con otros tantos. Fui viceministro de Relaciones Exteriores cuando el ministro era Luis Fernando Jaramillo (antes de que lo nombraran embajador en la ONU).

Noemí Sanín fue embajadora en Venezuela y alcancé a trabajar con ella tres meses antes de su retiro. Luego Gaviria me nombró teniendo yo treinta y tres años.

Recuerdo que cada semana un grupo de amigos periodistas y académicos nos reuníamos a desarrollar temas con invitados especiales en Fescol y en esa ocasión asistí, ya no como miembro, sino como embajador invitado.

El martes 1 de febrero de 1992 (viajaba el sábado siguiente) los colegas me preguntaron por la situación en Venezuela y yo no descartaba un golpe de Estado, lo que les pareció exagerado.

Me fui para mi casa y a las cuatro de la mañana golpearon durísimo la puerta. Eran los escoltas de Sanín que me estaban buscando. Todo estaba empacado, no tenía ni un teléfono, ni un radio, ni un televisor. Me fui para Palacio y efectivamente se había dado el golpe de Chávez contra Carlos Andrés Pérez (que tenía una connotación anti colombiana).

El presidente Gaviria se había pasado la noche en blanco consiguiendo alianzas de todos los países para que el golpe no tuviera éxito. Sanín me dijo que era mejor que no viajara en ese momento tan delicado, a lo que Gaviria le contestó: “Estoy de acuerdo en que no debe viajar el sábado pero sí mañana”.

El golpe fracasó y a Chávez lo metieron a la cárcel. A mí me tocó la caída de Pérez, de quien fui muy cercano en sus últimos días como presidente. Yo me enamoré de ese país, Venezuela es una Colombia con Centro Caribe y nosotros, una Venezuela con Centro Andino.

Estando allá me llamó Samper para que lo ayudara en la campaña y cuando fue elegido presidente me nombró canciller en el peor momento de las relaciones con Estados Unidos. Fueron dos años durísimos dado el proceso 8000 en el que me llamaron a declarar a la Fiscalía.

Soy una persona en general tranquila y tenía la convicción de que todo iba a salir bien pues nunca había hecho nada malo, pero fue muy duro. Al final salió fallo favorable.

Cuando me retiré de la Cancillería estuve un tiempo en la Universidad de Los Andes como director del Departamento de Ciencia Política. Samper me nombró embajador en París para estar seis meses en el cargo.

No sé si tengo el radicalismo del converso pero soy un convencido de que la política y el periodismo no deben ir juntos.

Julio Mario Santo Domingo me ofreció ser el director de El Espectador e inmediatamente acepté pues quería salir del gobierno y de la política, quería retomar mi vida en el periodismo y mi carrera, recobrar mi tranquilidad y recuperarme en muchos aspectos. Yo tenía que demostrar que periódico no iba a abandonar su línea tradicional, pues el grupo Santo Domingo compró un periódico muy querido por los colombianos pero la gente creía que lo hacía para atender sus intereses económicos y políticos.

En Madrid hicimos un acuerdo que incluía una editorial el primer día en que yo asumía como director y que decía lo que íbamos a hacer, en qué nos íbamos a enfocar y cómo lograrlo. Me tomé muy en serio el acuerdo pero me generó problemas en épocas de campaña electoral. Apoyamos el proceso de paz pero cuestionamos cosas del gobierno. Mi salida después de dos años generó ruido, pues algunos columnistas escribieron que la había pedido el ejecutivo.

Me llamó Enrique Santos de El Tiempo donde empecé a escribir una columna. Trabajé con él en la escritura de editoriales y al poco tiempo me nombró editor del periódico, luego sub director. Estando ahí, Alejandro Santos me llamó nuevamente para trabajar en la Revista Semana.

Sentía más afinidad con lo que yo quería hacer, y volví al news analysis. Eso que en El Tiempo era marginal, un complemento, en la Revista es el core y Alejandro lo entendía muy bien. Así que allí estuve muy contento alrededor de tres años cuando me invitaron a dirigir la Revista Cambio y acepté el reto.

Por tratarse de una revista más pequeña pensé que se podía hacer una cosa muy interesante. Como la acababa de comprar Planeta esperaba que le dieran más impulso y que podía dejar mi sello. Estuve dos años y medio pues los dueños no estaban cómodos con cosas que yo publicaba y que molestaban al gobierno de Uribe. Como buscaban quedarse con el tercer canal, no querían molestar al Gobierno.

Cambio tenía un equipo muy investigativo. Publicamos la historia de Agro Ingreso Seguro (AIS), la del hermano del ministro del Interior Valencia Cossio, el acuerdo secreto de las bases de Estados Unidos en Colombia, entre otras cosas. Un día me llamó Luis Fernando Santos (Presidente de El Tiempo y hermano del ex Presidente Juan Manuel Santos), a decirme que la revista se cerraba y que me terminaba el contrato.

En ese momento me pasaron dos cosas muy lindas. Una, que Alejandro me llamó inmediatamente, pero además me llamó Yolanda Ruiz para hacer un programa de radio por la noche, Voces RCN, con María Elvira Samper. La experiencia en radio me gustó mucho y permanecí tres años.

Después Carlos Julio Ardila me llamó para ser Director de noticias RCN Televisión y me dijo:

— ¿Usted ha oído que Clara Elvira Ospina se va?

— Es un chisme, doctor Ardila.

— Pues es verdad y quería preguntarle si le interesa a usted el cargo.

Yo no estaba pensando en irme de radio. Entonces le dije:

— Doctor Ardila, yo no sé nada de televisión.

— Gente que sabe de televisión hay mucha pero yo necesito el criterio que usted tiene.

— Déjeme pensarlo.

A los quince días nos reunimos en Cartagena y escuchó mis múltiples inquietudes. Así ocurrió en diferentes ocasiones hasta que acepté. Estuve tres años en televisión. Carlos Julio nunca intervino en nada, se comportó como lo que es, todo un caballero. Me dieron total autonomía. Hice lo que creía que debía hacer y obviamente tuve una curva de aprendizaje que toma tiempo.

Alejandro nuevamente me llamó pero estábamos en un momento importante del proceso de paz, venía el proceso electoral de Santos y Oscar Iván Zuluaga, por lo que le dije:

— Estas dos noticias las quiero cubrir en televisión. Si acepto, necesito un par de meses porque estamos en un proceso de rediseño del noticiero.

En febrero del 2015 volví a Semana. Me encanta lo que hago, estoy muy comprometido y quiero darle impulso a Semana.com.

En mi época de París, tuve una cercanía con Gabriel García Márquez y lo llamé a decirle:

— Gabo, me llamó Julio Mario, tú qué opinas, a mí me da temor el tema de la independencia.

— Mira Rodrigo, no existen medios independientes, existen directores independientes.

La independencia no existe en términos absolutos. No es estructural. Este es un oficio de pequeñas victorias y pequeñas derrotas.

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