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Apagaron por siempre la voz de la Verdad

Por: Daniel Chaparro, asesor de dirección de la FLIP.

El 26 de octubre se realizó en Montelíbano, Córdoba, un homenaje a Rafael Moreno, periodista asesinado diez días antes en ese municipio. El espacio era cerrado y participaban en él un puñado de periodistas del Sur de Córdoba y algunos de la vecina región del Bajo Cauca Antioqueño. Además de brindar un homenaje a la memoria del colega asesinado, los y las periodistas hablaron de las circunstancias del ejercicio periodístico en la región. “Que hacer periodismo no nos cueste la vida” repetía cada tanto la presentadora del evento.

El miedo estuvo presente en cada una de las intervenciones de los y las periodistas asistentes, de hecho, el miedo es el compañero habitual de trabajo para quienes hacen periodismo en uno de los lugares más violentos del país. Una periodista dejó la cámara con la que transmitía en vivo el evento, tomó el micrófono, pero antes de hablar se levantó sutilmente la camisa por un costado y dijo “ustedes no saben lo que es salir por la mañana a trabajar y que un hombre afuera de tu casa se levante la camisa, deje ver el arma que lleva en el cinto, y siga su camino”.

En ese clima de violencia se movía Rafael Moreno, no era un periodista foráneo, vivía en Puerto Libertador y desde mediados de julio se había mudado a Montelíbano con deseos de iniciar una nueva vida: “con ganas de crear microempresa, generar patrimonio e ir asegurando un futuro para mis hijos y por ahí generar once empleos… Inicio tres emprendimientos” escribió en la página de su medio en Facebook.

El ejercicio periodístico de Rafael consistía en denunciar hechos de corrupción en los municipios del Sur de Córdoba, analizaba contratos y se iba a las obras a contrastarlos con la realidad. Así mostraba  los retrasos, sobrecostos y en algunos casos, la inexistencia de lo contratado con lo ejecutado. En esta labor periodística Rafael no estaba solo, lo acompañaban otros colegas que han hecho ejercicios similares y recibido amenazas por hacerlos. Sin embargo, él no solo tenía experiencia periodística, también contaba con conocimientos en derecho, aunque no se graduó como abogado cursó ocho semestres de la carrera y sabía nadar como hábil pez las aguas de la jurisprudencia. Capacidad jurídica que en los entornos de denuncias periodísticas sobre corrupción se sabe apreciar.

Sobre todo, Rafael tenía agudeza para hablar de la corrupción, ya que no solo la evidenciaba y la enunciaba, sino que la renombraba. Por ejemplo, al estadio de Puerto Libertador le llamó “La Eternidad” porque no lo han culminado, es un estadio en eterna construcción. Al pasto del estadio no inaugurado le decía “La gramilla de los mil colores”, porque lo pintaban para que saliera bien en fotos y mostrar los avances en la obra inconclusa.

En otras palabras, el periodismo que hacía Rafael era necesario, directo, y extremadamente molesto para quienes se roban por millonadas la plata en el Sur de Córdoba y tienen la capacidad de accionar la violencia.

Rafael era un destello luminoso en una región oscura y silenciada, que precisa de periodismo, pero como reaccionó el medio digital Voces de Córdoba, del que era periodista y director, tras su asesinato, “apagaron por siempre la voz de la Verdad”.

FLIP