El escritor y periodista chileno Cristian Alarcón, ganador del Premio Alfaguara 2022 por su novela «El tercer paraíso», confiesa lo mucho que le costó su evolución de un periodismo «feroz, macho y fálico» bajo el influjo del argentino Rodolfo Walsh, a uno que funde lo narrativo y lo literario y le hace sentir más a gusto.
«Esa es una frontera (literatura y periodismo) en la que yo me sentí muy cómodo. Apenas entré en un periódico me dediqué a buscar el modo de contar historias en las que pudiera usar las herramientas de la literatura y producir emoción en los lectores», indicó a Efe Alarcón, durante su participación en la XVIII Feria Internacional del Libro (FIL) de Panamá, que finalizó este domingo.
«Entrar a la emoción no por el camino del dato duro, sino por el camino de las sensaciones, por el camino de una sensibilidad en la que la búsqueda no es solamente la de estar informado, sino también la de sumergirse en una historia apasionante», dijo el autor, que igualmente defiende la conexión entre el periodismo y el arte a través de lo que define como performances informativos.
Perteneciente a una generación de narradores y narradoras que tuvo la «fortuna» de comenzar a escribir en democracia tras la época de las grandes dictaduras latinoamericanas en el cono sur, Alarcón reconoce que a la postre esto significó la revalidación de algunas tradiciones literarias como las que en Argentina implica una lectura y una re-lectura de Walsh.
Pero también la fortuna de acceder, como otros de su generación, a los talleres de la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano (hoy Fundación Gabo), que a lo largo de la década de 1980 trabajó «por un periodismo literario, por un periodismo narrativo».
Alarcón, admirador de Truman Capote y Rodolfo Walsh, nació en La Unión (Chile) en 1970, pero reside desde los 5 años en Argentina, país al que se exilió su familia a causa de la dictadura de Augusto Pinochet.
Es uno de los fundadores y directores desde 2012 de la revista Anfibia de la Universidad Nacional de General San Martín (Unsam), que publica crónicas narrativas, y coordina además la web Cosecha Roja, una red de intercambio y formación de periodistas judiciales de América Latina.
Con más de 30 años en el periodismo de investigación, comenzó escribiendo noticias policiales, episodios violentos sobre los escuadrones de la muerte y desapariciones forzosas en los diarios argentino Clarín y en Página 12, y después crónicas en la Revista TXT, Gatopardo, Rolling Stones, Soho y en el diario Crítica de Argentina.
PERIODISMO FEROZ Y EVOLUCIÓN
Autor de «Si me querés, quereme transa» (2010) y «Un mar de castillos peronistas» (2013), Alarcón dice haber experimentado un «enorme placer» como cronista de lo que llama «etnografía urbana».
Sus primeros textos fueron sobre jóvenes ladrones y luego de narcotraficantes peruanos que peleaban «a sangre y fuego por el control de la distribución de droga en la ciudad de Buenos Aires».
Y en el camino, detalló, estuvo con las «disidencias sexuales» y la comunidad trans de Buenos Aires, con migrantes, presos y presas, «con seres marginales que el neoliberalismo de los ’90 dejaba por fuera de los contornos de la sociedad».
Explicó que dentro de la «marginalidad de resistencias» de estas personas, buscaba una cierta intensidad que en su propia existencia contradictoria mostraba la «coreografía de las violencias en América Latina».
Asegura que nunca tuvo que lamentar que le sucediera algo porque seguía una metodología que le preservaba de los peligros de trabajar dentro de las mismas ilegalidades, pero admite que «no es fácil transitar ciertos mundos con esos códigos, siendo además una persona que proviene de la propia diferencia, de una reivindicación de mi disidencia sexual».
«Muchos de mi generación, tengo 51 años, ocultaron su propia diferencia hasta muy grandes, yo lo hice tempranamente, asumí mi condición gay a los 20 y pocos años cuando entraba a los primeros periódicos en Buenos Aires, y nunca padecí ya de adulto de esta vergüenza», manifestó.
Sin embargo, dijo que un autor aún asumiéndose homosexual en una ciudad abierta pero con patriarcado duro como Buenos Aires, debe olvidar su origen identitario cultural que se encuentra en el arte y «abrazar el periodismo cual Rodolfo Walsh, que es de una condición fuerte, poderosa, masculina, fálica, que muestra que puede hacerle daño a los malvados».
«Yo metí presos a un montón de gente mala cuando trabajaba como periodista de investigación, y de verdad que me gustaba hacerlo, ya que para eso está el periodismo, para molestar a los malos, para hacerle daño a los poderosos, para alimentar nuestras democracias», remarcó.
Aún así, aceptó que le costó «todo un proceso de deconstrucción» dejar atrás aquel reporterismo «feroz, macho y masculino», por uno de hacer «performances desde el periodismo» que, dijo, no le ha sido fácil porque «reivindicar nuestra esencia sensible como periodistas pareciera demeritarnos, pareciera significar que somos menos serios».
EFE