En tiempos de algoritmos, textos predictivos, ChatGPT, asistentes virtuales, notificaciones automáticas, aplicaciones prácticas, búsquedas avanzadas y otras maravillas tecnológicas, los diarios se adaptan y actualizan para seguir iluminando la vida de las comunidades, las familias y las personas. Es una tarea apasionante aunque de enorme complejidad, si se consideran las nobles misiones de servir e influir, en las que durante décadas se enfocó el periodismo. ¿De qué se trata? Pues de alumbrar el paso a paso para que al final del camino sólo brillen las verdades, mal que parezcan lejanas, como sucede con las estrellas.
En la era de las fakes news (noticias falsas), los trols, la política devaluada, las campañas sucias en las redes sociales, el derrame de videos cortos y la opacidad de los poderes, el periodismo honesto y de calidad –cualquiera sea el formato o plataforma en la que se desarrolle- sigue siendo una referencia insustituible, una fuente real de luz y credibilidad para encauzar el voluminoso caudal de información que circula sobre el planeta, como no ocurrió en ningún otro momento de la Historia.
Veamos un ejemplo intacto del siglo XIX. Con la ortografía, la gramática, el estilo y la retórica de su época (que aquí modificamos para facilitar su lectura), la portada del primer ejemplar de Los Andes ya transparentaba el siguiente texto: “Venimos al campo de la prensa dispuestos a defender con enérgica decisión los intereses de la Provincia y, al hacerlo, buscamos agrupar a todos los que amen su autonomía y se interesen por su verdadero progreso y su verdadero bienestar; aquel progreso y aquel bienestar que se desenvuelven al impuso de todos los nobles sentimientos del patriotismo.”
Es decir: desde ese momento fundacional, ese 20 de octubre de 1883, el abogado Adolfo Calle salió a mostrar y dejar en claro sus propósitos, cara a cara y sincero con sus lectores. Centímetros después, en la columna siguiente de esa misma página, oficializaba su apoyo al candidato Rodolfo M. Zapata a una banca en el Congreso de la Nación, como diputado nacional por Mendoza. Eran épocas en que el nacimiento de un periódico independiente requería por necesidad de una imprenta para darle sustentabilidad, pero se movía al influjo de las políticas públicas progresistas y un genuino federalismo, entre otras corrientes de pensamiento.
Ciento cuarenta años después, el periodismo sigue fijando la mira en objetivos similares: echar luz sobre aquellas crecientes manchas oscuras que –ya bien naturalizadas- nos cuesta identificar, acaso porque nos roban el tesoro del tiempo y ebullen por debajo de la superficie cotidiana. Es lógico que así sea. Se trata de dos fenómenos globales, de los que se viene hablando cada vez más en foros, cursos, capacitaciones y “cumbres” internacionales de comunicadores: los desiertos informativos y la desinformación, dos caras de la misma moneda que confluyen en un preocupante efecto final: millones de personas excluidas del conocimiento veraz, profundo, formativo y enriquecedor.
Al respecto, el Foro de Periodismo Argentino (Fopea) elaboró meses pasados un mapa de la República Argentina en el que identifica cuatro “biomas informativos”: bosques, semibosques, semidesiertos y desiertos, según el caudal de contenidos disponibles en cada pueblo. El impacto cuando se miran los colores de esa cartografía no son tanto las extensiones que abarca cada zona sino las enormes y elocuentes desigualdades. Mendoza –justo es decirlo- es en ese sentido una de las más favorecidas.
Por otra parte, en el seno de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) se firmó en setiembre último una declaración que pone de relieve un puñado de aspectos cruciales, que consideran la desinformación como “un fenómeno global que conspira contra las sociedades democráticas”. Y señala que el avance de este fenómeno empaña procesos electorales, erige a los gobiernos como jueces de la verdad, denuncia la difamación a medios y periodistas por parte de funcionarios públicos, alienta el libre acceso de la ciudadanía a la información pública, insta a las empresas periodísticas en elevar la calidad y calidad de las noticias, exige a las grandes plataformas frenar la circulación de contenidos engañosos y discursos de odio, promueve la práctica del fact-checking (datos verificados) en favor de las audiencias, llama a la incorporación de pautas éticas en el uso de la inteligencia artificial y se expresa a favor de la alfabetización mediática en los distintos niveles de la educación.
La Argentina actual nos muestra los costados más oscuros de la noticia. Pobreza, baja calidad educativa, hambre, inseguridad jurídica, corrupción, crisis del sistema de salud, negocios espurios y varios defectos más. Por eso, justamente por eso, el suplemento especial que Los Andes publicó con motivo de su 140° aniversario está dedicado a homenajear a aquellos mendocinos que nos inspiraron con su ejemplo, talento y esfuerzo. Y a aquellos hechos, crónicas y acontecimientos que iluminaron la historia de nuestra querida provincia.
Más que nunca el mundo, y en especial la Argentina, necesitan luz. Allí van esas páginas para celebrar la vigencia de una marca. Para que sean parte del mismo reflejo que se dibuja en aquel rostro cada vez que mira la página web y las redes de Los Andes en la pantalla del celular o la computadora, o un amanecer distinto para quienes leen el diario de papel.
Los Andes