Los regímenes autoritarios reprimen la libertad de prensa, pero los periodistas de investigación expatriados que se unen ofrecen esperanza, opina el periodista turco exiliado Can Dündar.
La oficina de Berlín en la que trabajo en la actualidad se parece a un termómetro político del mundo. Cuando llegué aquí hace seis años, los compañeros periodistas escuchaban una gran cantidad de historias de censura procedentes de Turquía.
Un joven caricaturista político que había escapado del régimen de Abdel Fattah al-Sisi en Egipto captó nuestra atención con sus relatos sobre la opresión militar en El Cairo. Como consecuencia de la crisis de Nagorno-Karabaj, colegas de Bakú se acercaron a nosotros. Cuando se cerró el periódico más grande de Hungría, recibimos a su redactor jefe. Y ahora, mi vecino en la oficina es un periodista ruso pacifista.
Todos nos habíamos visto obligados a abandonar nuestros países de origen por nuestras ideas y los reportajes que habíamos publicado. Todos estábamos decididos a seguir trabajando en el exilio. Los «veteranos», los que llevábamos más tiempo aquí, contábamos a los recién llegados lo que habíamos aprendido sobre la creación de medios de comunicación en el exilio.
Interrogantes en común
Nuestras conversaciones revelaron el lamentable estado de la libertad de prensa: «¿Qué reportaje te ha llevado a la cárcel?» «¿Cuánto tiempo estuviste encerrado?» «¿Cómo te las arreglaste para salir?» y «¿Crees que regresarás alguna vez?»
Luego debatimos cómo escalar esos imponentes muros de censura para poder ser escuchados en nuestro países de origen; qué vías alternativas nos ayudarían a llegar a nuestros lectores con nuestros artículos prohibidos; y cómo librarnos de los agentes de inteligencia que siguen nuestros pasos.
Un vistazo a una oficina llena de periodistas de diferentes países es, incluso, suficiente para señalar dónde están heridas las libertades. De la misma manera que nos enseñamos unos a otros a luchar contra la censura, los autócratas de todo el mundo parecen copiarse unos a otros. Recurren a métodos similares para afianzar su poder: en primer lugar, cortan los medios de comunicación para silenciar a la prensa. Al fin y al cabo, es mucho más fácil gobernar a las masas sordas y mudas.
Ataques a la prensa en Occidente
Otro cambio que ocurrió en este periodo es un tipo de comunicación menos grato: los ataques a la prensa -hasta entonces asumidos como «un hábito totalitario propio de los rincones más oscuros del mundo»- se extendieron a Occidente, ese bastión de la libertad de expresión, que hasta entonces era un derecho natural.
En Washington, el entonces presidente de Estados Unidos, Donald Trump, insultó a la prensa y prohibió a los periodistas críticos asistir a las sesiones informativas de la Casa Blanca. En Londres, el denunciante Julian Assange fue detenido. Y, en París, los periodistas que tomaban fotos o videos de las protestas de los chalecos amarillos fueron arrastrados por el suelo.
Al igual que en el caso del COVID-19, la censura se extendía como un reguero de pólvora por las fronteras, las regiones y los regímenes. Nuestros colegas occidentales nos preguntaban: «¿Qué podemos hacer por ustedes?». Luego, todos nos preguntábamos: «¿Qué podemos hacer juntos?».
Allanando el camino para cooperar
Y nos dimos cuenta de que podíamos hacer muchas cosas juntos. La escalada de la represión no solo desencadenó un desplazamiento masivo de periodistas, sino también una oportunidad: los medios de comunicación en el exilio que operaban desde las capitales occidentales habían expuesto a los ojos europeos esos regímenes opresivos, y allanaron el camino para la cooperación internacional dentro de los medios de comunicación.
Dado el carácter global del ataque a la libertad de expresión, la respuesta también debía ser global. Por lo tanto, tenemos que difundir la información más allá de las fronteras. Los dictadores pueden unirse para desarrollar tácticas y confabularse para suprimir la oposición y la libertad de prensa; pero ahora, todos colaboramos para revelar sus cuentas bancarias secretas, sus trucos de guerra sucia y sus tácticas nefastas, como espiar los teléfonos de los opositores o envenenar a los rivales.
Una red mundial de periodistas crece día a día. La lucha por la defensa de la libertad de prensa y la libertad de información se extiende por todo el mundo, desafiando la creciente represión y censura. Quizá este tira y afloja sea el que determine el futuro del mundo.
Can Dündar dirige el proyecto #ÖZGÜRÜZ en CORRECTIV, que emite en Turquía principalmente a través de las redes sociales. Es el antiguo redactor jefe del periódico turco de oposición Cumhuriyet y se vio obligado a huir a Alemania en 2016 en medio de la represión de Ankara contra los periodistas tras un golpe de Estado fallido. Fue condenado en ausencia a 27 años de prisión por sus reportajes que las autoridades calificaron de actos de terrorismo y espionaje.
(ctl/ers) DW