Más de 300 periodistas han perdido la vida en Rusia desde que se desintegró la URSS, a los que se suma un buen número de empresarios, activistas y blogueros incómodos para el Kremlin desde que el actual presidente subió al poder en 1999.
Madrid.- Vládimir Putin es, desde hace un cuarto de siglo, el hombre más poderoso de Rusia. Rige uno de los mayores imperios del mundo con mano de hierro, sin que nadie le haga sombra. Fue nombrado presidente interino por el entonces presidente Boris Yeltsin, el 9 de agosto de 1999, y un año después obtuvo la presidencia con el 53% de los votos. Antes de su elección era jefe del FSB, el servicio de inteligencia ruso sustituto de la temida KGB de la era soviética, pero un auténtico desconocido para la mayoría del país… Eso cambiaría pronto.
Muchos rusos pensaron que el nuevo primer ministro continuaría con las reformas democráticas que Yeltsin había impulsado durante la década siguiente a la desmembración de la URSS, que mantendría a Rusia en el camino hacia la economía de mercado y hacia la pacificación del Cáucaso, pero como ha vuelto a demostrar este mes con la invasión de Ucrania, se equivocaron.
Lo primero que hizo en 1999 fue desatar la segunda guerra en Chechenia, un conflicto sangriento en el que murieron entre 50.000 y 100.000 civiles. «Iremos a matar a los terroristas hasta en los baños», justificó.
La popularidad de Putin durante los diez años de guerra contra Chechenia fue en aumento, hasta el punto de ganar la reelección presidencial de 2004 con el 72% de los votos. A esto se sumaron las extravagantes fotografías del primer ministro, a pecho descubierto cazando, pescando o montando a caballo, con las que quería proyectar la imagen de hombre fuerte y que, curiosamente, funcionaron al tiempo que enriquecía el país con los ingresos del petróleo, le arrebataba el control de los medios de comunicación a los oligarcas y centralizaba el poder en sus manos.
Como era de esperar, a medida que esto ocurría sus enemigos aumentaban, pero él no estaba dispuesto a abandonar ni con la Constitución en su contra, que no le permitía aspirar a un tercer mandato presidencial consecutivo. Fue entonces cuando se sacó una carta de la manga con un cambio de cromos perfecto en el que eligió a Dimitri Medvedev como presidente y él mismo se postuló como jefe de Gobierno para seguir manejando el poder en la sombra hasta retomar la presidencia en 2011.
Desde la caída de la Unión Soviética, ningún presidente de la Federación Rusa ha estado tanto tiempo en el cargo como Putin, a pesar de que en esta segunda etapa ha echado a perder las relaciones con Occidente y ha multiplicado las crisis internacionales. En primer lugar, con la guerra en Georgia (2008); después, con sus críticas a la ONU por intervenir en Libia (2011), y por último, a raíz de su conflicto con Ucrania tanto en 2014 como ahora, a pesar de las denuncias del resto de países europeos.
A lo largo de todos estos años, en medio de las críticas por su autoritarismo y la represión policial a la oposición, Putin ha acumulado una larga lista de enemigos que han corrido una suerte desigual. Algunos han tenido que huir al exilio, otros han sido encarcelados y no pocos de ellos han sido asesinados en extrañas circunstancias desde que el actual presidente sustituyera a Yeltsin en 1999. Estos son los más importantes:
Valentín Tsvetkov (2002)
Tsvetkov, gobernador de Magadán, en el Extremo Oriente ruso, encontró la muerte en octubre del 2002, con un certero disparo en la céntrica Novi Arbat, una de las calles más turísticas y comerciales de Moscú. La policía atribuyó el asesinato a la obra de alguna de las mafias que funcionan en aquella región a orillas del océano Pacífico. Putin declaró el asesinato había sido un «ataque contra el Estado». Se trataba del dirigente de mayor rango que había sido asesinado en los 12 años transcurridos desde la desintegración de la Unión Soviética.
El disparo fatal fue realizado a las 9.15 de la mañana por un hombre de entre 30 y 35 años, fisonomía eslava y vestimenta oscura que sería detenido en Marbella en el verano de 2006. El organizador del atentado fue Martin Babakejián, que según se supo después recibió 100.000 dólares para cumplir su objetivo. Con el dinero se escondió en España hasta que fue extraditado a Rusia. En 2008, un tribunal de Moscú le condenó a 19 años de cárcel.
Vladímir Golovliov (2002)
Golovliov era diputado de la Duma y copresidente del partido Rusia Liberal cuando fue asesinado en la mañana del 21 de agosto de 2002 en plena calle en Moscú. Paseaba tranquilamente con su perro por un parque próximo a su domicilio y ya no regresó. Su cadáver ha sido hallado poco después, con un balazo en la cabeza, en el barrio residencial Mítino donde residen numerosos diputados. Serguéi Yuschenkov, otro de los copresidentes de la formación, aseguró que «este asesinato tiene un indudable carácter político» y recordó que su compañero ya había sido blanco de un primer intento hace unos meses, del que le salvó la vida su mascota. Hacía años que estaba enemistado con Putin. No hubo sospechosos.
Yuri Shchekochijin (2003)
Shchekochijin, vicepresidente del Comité de Seguridad de la Duma Estatal, falleció repentinamente a los 53 años en el Hospital Clínico Central del Kremlin. Era también periodista del periódico opositor ‘Nóvaya Gazeta’, uno de los más célebres defensores de derechos humanos de Rusia y un infatigable luchador contra el crimen y la mafia. Hasta el momento de su muerte no se le había diagnosticado ninguna enfermedad concreta. Los médicos aseguraron que la causa fue una fuerte alergia, aunque según sus compañeros fue envenenado con talio. La investigación finalizó en el 2009… sin resultado.
Serguéi Yushenkov (2003)
El diputado de la oposición liberal Serguei Yuchenkov fue asesinado por varios disparos en Moscú, uno de los cuales le alcanzó en el pecho. Era también miembro del partido Rusia Liberal, tenía 52 años y se había convertido en uno de los políticos más críticos con Putin por iniciar las guerra contra Chechenia en la que participan las tropas federales rusas desde octubre de 1999. Un año después fueron detenidas cuatro personas por su implicación, que como en tantas otras ocasiones, nunca salpicó al Kremlin.
Paul Klebnikov (2004)
Era editor de la edición rusa de la revista ‘Forbes’ cuando un coche lleno de pistoleros pasó por las puertas de su oficina, en julio de 2004, y le acribillaron cuando este salía. De nacionalidad estadounidense, la víctima fue el undécimo periodista muerto durante la era Putin, según el Comité para la Protección de los Periodistas. Al ser de nacionalidad estadounidense, el portavoz del Departamento de Estado de dicho país, Richard Boucher, indicó que la Casa Blanca había ofrecido ayuda en la investigación, pero que Moscú la había rechazado. En el año 2006, los fiscales acusaron de organizar el asesinato a Jozh-Ajmed Nujáyev, uno de los líderes de la mafia chechena sobre quien Klébnikov había escrito. La investigación se reabrió en el 2009, pero hasta ahora no ha dado resultado.
Alexander Litvinenko (2006)
Es el caso más famoso de cuantos conocemos. EL 23 de noviembre de 2006, Aleksander Litvinenko, exespía del KGB, moría en un hospital de Londres. Tres semanas antes, había comido en un restaurante con dos agentes de los servicios secretos rusos. Según las conclusiones de la investigación, ambos le hicieron ingerir una dosis de polonio-210, un material radiactivo que destruyó su organismo. Las pruebas eran incontestables, porque se encontraron restos de esa sustancia en la casa y el coche de uno de los matones que le envenenaron antes de desaparecer.
Nadie duda de que fue una venganza de Putin y del Servicio Federal de Seguridad, que le habían condenado a muerte tras sus revelaciones y su huida a Gran Bretaña. El propio presidente ruso confirmó en 1999 que él había sido el responsable de su expulsión de los servicios secretos. Previamente, Litvinenko había denunciado públicamente que el dirigente le había dado la orden de asesinar al magnate Boris Berezovski, sabiendo que había sido su jefe de seguridad durante varios años. Tras ser fichado por el KGB, fue enviado al servicio de contrainteligencia y, posteriormente, a una unidad de lucha contra el crimen organizado, donde investigando la corrupción descubrió los vínculos entre la mafia rusa y los dirigentes del régimen.
En un mensaje que difundió desde su lecho de muerte en un hospital en Londres en noviembre de 2006 dijo que no tenía dudas de quién era culpable: «Pueden tener éxito en silenciar a un hombre pero el grito de protesta del mundo seguirá reverberando, señor Putin, en sus oídos por el resto de su vida».
Anna Politkovskaya (2006)
Anna Politkovskaya se convirtió en una de las activistas por los derechos humanos más críticas con la guerra de Rusia en Chechenia que Putin inició nada más subir al poder. Los años previos al crimen, esta periodista del diario ‘Nóvaya Gazeta’ publicó una serie de artículos denunciando los abusos del Ejército ruso en aquel territorio. «Se temía que algo le iba a ocurrir», señaló a ABC hace cinco años la periodista rusa Olga Syrova en referencia al asesinato de su compañera, que tuvo lugar en octubre de 2006, cuando la dispararon cuatro veces en la entrada de su departamento de Moscú.
En junio de 2014, la Justicia rusa condenó a cinco chechenos a distintas penas de prisión, incluidas dos cadenas perpetuas, acusados de organizar, preparar y ejecutar el asesinato de Politkóvskaya. Las autoridades señalaron que un hombre no identificado pidió a Lom-Ali Gaitukayev, una de las personas a la que el jurado declaró culpable de planear el crimen, que matara al activista a cambio de 150,000 dólares debido a sus reportes sobre violaciones a los derechos humanos. «Nunca hemos tenido dudas sobre quienes la mataron, aunque se haya encarcelado a algunas personas por ser presuntamente sus asesinos. Que ocurriera justo en el día de cumpleaños de Putin, ha llevado a que muchos crean que su muerte fuera un regalo de Ramzan Kadyrov», subrayó Syrova. Putin negó que el Kremlin estuviera involucrado.
Más de 300 periodistas han muerto en Rusia desde la desaparición de la URSS.
Anastasia Baburova y Stanislav Markelov (2009)
Dos asesinatos por uno. Eso fue lo que se cobró un sicario enmascarado en enero de 2009, cuando disparó y mató a Stanislav Markelov, un abogado de derechos humanos conocido también por su trabajo sobre los abusos de los soldados rusos en Chechenia, y ejecutó en el mismo instante a la periodista Anastasia Baburova, del mismo diario ‘Novaya Gazeta’, cuando lo intentó detener al criminal. El mismo director de su periódico no descartó, sin embargo, que hubiera sido también uno de los objetivos, pues investigaba el empleo de torturas y guerra sucia en el conflicto de aquel territorio.
Markelov, además, había representado a la familia de una mujer chechena asesinada por el excoronel ruso Yury Budanov en marzo del año 2000. Horas antes de ser acribillado, dio una conferencia de prensa en la que se opuso a la liberación del coronel. Las autoridades de Rusia, sin embargo, aseguraron que los responsables del asesinato fueron los miembros de un grupo neonazi, y dos de ellos fueron condenados.
Natalya Estemirova (2009)
La activista de derechos humanos y periodista Natalia Estemírova, que documentaba los secuestros en Chechenia, fue también secuestrada junto a su domicilio en la capital chechena, Grozni, en julio de 2009. Su cuerpo sin vida fue hallado horas después con disparos en la cabeza y en el pecho en una autopista. «Tan solo le dio tiempo a gritar que la estaban secuestrando», aseguró activista de la organización estadounidense Human Rights Watch. Tenía 50 años y se había dedicado a documentar los secuestros, ejecuciones sumarias, torturas y otros abusos contra civiles desde la primera guerra chechena.
El veterano activista y ex diputado Lev Ponomariov calificó a la asesinada «como la más profesional defensora de los derechos humanos en el terreno» y recordó que «había recibido numerosas amenazas». De hecho, había sido finalista al premio Sajarov de Derechos Humanos 2004 que concede el Parlamento Europeo y había trabajado con Politkóvskaya antes de la muerte de esta. «¿Cuántas Estemirovas y Politkovskayas más deben ser asesinadas antes de que las autoridades rusas protejan a la gente que se pone de pie por los derechos humanos de los ciudadanos rusos?», preguntó Terry Davis, secretario general del Consejo de Europa, en ese momento.
Boris Berezovsky (2013)
Este poderoso hombre de negocios, cuyo asesinato se ecargó supuestamente a Litvinenko en los años 90, acusó al Kremlin de matar al exagente de la KGB. Durante años, además, apoyó a su viuda para impulsar una investigación sobre la muerte de su esposo. Cuando más se implicaba en esclarecer los hechos, más temía por su vida, hasta el punto de que terminó por autoexiliarse a Gran Bretaña en el año 2000. Eso, sin embargo, no pareció ser suficiente y, en 2013, apareció muerto en su casa con una soga alrededor del cuello. El médico forense no pudo determinar si se trató de un suicidio o no.
En 2013, durante una llamada telefónica a un programa de televisión, Putin dijo que no podía descartar que los servicios secretos extranjeros participaran en la muerte de Berezovsky, pero agregó que no hay evidencia de ello. El portavoz del Kremlin reveló también que, poco antes de morir, la víctima le había enviado una carta personal: «En ella reconocía que había cometido muchos errores y le pedía perdón». Pero su novia, Katerina Sabirova, aclaraba: «Sí, yo vi el manuscrito de la carta. Él me la leyó. Dijo que no veía otra forma (para volver a Rusia) que inclinarse». Y aseguraba que era «muy difícil de creer que se hubiera suicidado».
ABC