Moscú Rusia.- EL periodismo está hoy proscrito en Rusia. Putin ha puesto precio a la cabeza del reportero independiente, convirtiéndolo en delincuente obligado al destierro o a un exilio interior amordazado. Lo cuenta en nuestras páginas uno de los últimos baluartes de la prensa libre en el océano de la censura rusa: Alexey Kovalev, director del medio independiente Meduza, cerrado por el Kremlin a finales de enero bajo la acusación de «organización indeseable».
Hace un año que Kovalev, Premio Internacional de Periodismo de EL MUNDO, se vio forzado a huir de su hogar en Moscú con los pedazos de una vida rota hacinados en la maleta. Su delito: negarse a replicar la versión oficial de la guerra de Ucrania, designada por Putin como «operación especial» en un quiebro orwelliano del lenguaje, y empeñarse en hacer luz sobre los crímenes que el ejército está cometiendo en nombre del pueblo ruso.
Ese valor tiene un peaje que le ha convertido en extranjero en su tierra de acogida, Lituania, y en su propio país, al que no puede volver sin arriesgar la cárcel. Desde ahora también corren peligro los colaboradores y lectores de Meduza que se atrevan a enlazar links en redes sociales o a participar en sus campañas de crowdfunding. Una declaración de hostilidad abonada desde abril de 2021, cuando el medio fue considerado «agente extranjero», y que, pese a todo, no ha logrado silenciar a Kovalev.
EL MUNDO