Por Roberto A.
La reciente tragedia en el municipio Rafael Freyre, Holguín, ha dejado al descubierto una vez más las grietas en la comunicación institucional en Cuba. Una serie de explosiones en un almacén militar, que según informes preliminares involucran armamento moderno, dejó un saldo de al menos 13 desaparecidos, una cifra que para muchos es sinónimo de lo peor. Sin embargo, lo que realmente ha indignado a los cubanos no es solo el desastre en sí, sino el tratamiento mediático que se le ha dado: la noticia fue relegada a una breve y mal redactada nota al final del noticiero nacional, sin cobertura en profundidad ni presencia activa de periodistas en el lugar de los hechos.
Por si fuera poco, fuentes confiables, desde el lugar de los hechos, mencionan que los residentes – los que fueron evacuados y los que no – han recibido «visitas» y han asistido a «charlas informales», donde se les ha hecho hincapié en que no deben hablar con nadie que no conozcan. El motivo es evidente: quieren invisibilizar el hecho, minimizar el impacto de la noticia y, ya que hablamos de armamento militar, esconder algo.
El internauta Edmundo Dantés Jr., en una reflexión publicada en Facebook, expresó lo que muchos piensan: “¿Por qué no están todos los periodistas de Holguín en Rafael Freyre cubriendo la noticia de las explosiones? ¿Por qué el presidente Díaz-Canel, un día entero después, no ha publicado nada sobre este hecho?”. Sus palabras resonaron en cientos de comentarios que apuntan al mismo problema: el silencio institucional y la falta de transparencia.
Los comentarios que recibió Edmundo Dantés Jr. en su publicación reflejan una mezcla de frustración, indignación y resignación ante la situación. Varios usuarios coincidieron en que el silencio de las autoridades es una constante en tragedias de este tipo, mientras que otros cuestionaron el uso de los recursos del país, insinuando que se prioriza el armamento antes que las necesidades básicas del pueblo.
Por ejemplo, un usuario señaló: “Ni Díaz-Canel ni ninguno de ellos ha publicado nada, porque no les importa”. Otro comentó con un tono de profundo desaliento: “Es terrible, horrible, con un cinismo total, y como siempre, nadie pagará por esas vidas perdidas”. Un tercer comentario tocó un punto sensible al expresar que lo más doloroso es el silencio de los familiares de las víctimas: “Callaron los familiares de los jóvenes de Matanzas, y callan los de ahora también. Eso para mí es lo más terrible de aceptar”.
La indignación también se enfocó en la falta de explicaciones sobre el armamento involucrado. Un comentario destacaba: “¿Armamento nuevo para usarlo contra quién? ¿Contra el pueblo?”. Mientras que otros denunciaron el secretismo generalizado: “El periodismo en Cuba es una mierda. Todos los periodistas que les sirven al régimen son una mierda”.
La publicación generó además un amplio rechazo al servicio militar obligatorio, con frases como: “¡No al servicio militar obligatorio! #mihijoNOescarnedecañón”. Fue un reflejo del descontento colectivo y de las crecientes preguntas sobre la responsabilidad de las autoridades y la transparencia en momentos de crisis.
A pesar de la reciente aprobación de la Ley de Comunicación Social, que exige a las instituciones brindar información oportuna y veraz al pueblo, los cubanos continúan enfrentando la realidad de un periodismo estatal que, lejos de informar, minimiza las tragedias. No es la primera vez que sucede; tragedias como el incendio en Matanzas o los derrumbes en La Habana Vieja han seguido el mismo patrón de secretismo y respuestas tardías.
La pregunta clave es: ¿por qué los periodistas cubanos no están en Holguín? ¿Por qué no están investigando cómo es posible que menores de edad estuvieran manipulando armamento militar en un almacén? ¿Por qué no se profundiza en los orígenes del equipo explosivo, que según rumores, podría haber llegado recientemente de Rusia? En su lugar, las autoridades parecen más preocupadas en restar importancia al incidente que en brindar respuestas claras.
Mientras tanto, los familiares de las víctimas permanecen en la incertidumbre, enfrentando no solo el dolor de la tragedia, sino también la desidia de un sistema que, como bien dijo Dantés Jr., pregona que “los niños son lo más importante”, pero cuya inacción demuestra lo contrario. La narrativa oficial, centrada en culpar al “bloqueo” o al “imperialismo”, parece ya incapaz de sostenerse ante una población cada vez más cansada del silencio.
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