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«La vida de los periodistas en México no es segura»

José Lebeña Acebo salió en 2008 de Panes y desde Ciudad de México ha tenido oportunidad de conocer a Obama, Trump, Biden y al Papa Francisco
El asturiano José Lebeña con Rozalén, uno de los personajes que ha conocido en su carrera profesional.

Ciudad de México, México.- Para José Lebeña Acebo (Panes, 1978) mudarse a México fue algo natural. Su madre es de Puebla, de forma que tiene doble nacionalidad este periodista que dejó Asturias en busca de nuevos horizontes. Había estudiado en Irlanda y Madrid y esto se le hacía pequeño. En 2008, el día en que se festejaba San Cipriano en Panes, decidió mudarse a un país que conocía desde pequeño. Envió currículos y pronto hubo respuestas. Y desde entonces, mucho trabajo y mucha vida en distintos escenarios: «Todo ha sido trabajar para demostrar que nada se le pone a uno por delante. Así pude ir creciendo en Publimetro, un diario de la compañía sueca Metro. Pasé por Monterrey, Santiago de Chile, San Juan de Puerto Rico y ahora estoy en Ciudad de México, donde llevo poco más de diez años», resume.

Relata este periodista que su crecimiento en lo personal y laboral en Latinomérica ha sido enorme y le ha permitido conocer a fondo el territorio: «Reconozco cada país como una parte pero a la vez con sus peculiaridades del mismo lado que al latino de Estados Unidos», afirma.

Son 16 años ya fuera de Asturias y ha hecho de todo. Ha informado de deportes, de tiroteos, del huracán Álex que devastó Monterrey, del terremoto de 2017 en Ciudad de México… Le gusta la profesión pero sabe que tiene sus complicaciones. Asegura que la llegada de internet ha supuesto más trabajo para un oficio que exige mucha dedicación: «En Publimetro México me encargo de dirigir los contenidos tanto ‘on’ como ‘offline’, por lo que las jornadas son continuas y uno siempre está colgado del teléfono». A veces, sostiene, solo se ve de su profesión ese glamour de conocer a artistas, políticos y diferentes personajes y se obvian las horas de avión y las noches sin dormir para que salgan las noticias. Pero al final, compensa: «Haber conocido a Obama, Trump, Biden, Enrique Peña Nieto, a López Obrador, al Papa Francisco y al mismo rey de Suecia y al de España, son cosas que uno quizá nunca hubiera imaginado pero gracias al trabajo, al menos, yo he podido conseguir». Son personajes históricos.

Hay más sinsabores para su profesión en el país norteamericano. «La vida de los periodistas en México para nada es tranquila y mucho menos segura. Este país junto con Afganistán son los más peligrosos para desarrollar la profesión. En Ciudad de México quizá la vida sea más tranquila que en los estados, pero uno tiene que ser consciente de que la situación no es ideal. No solo son los grupos de delincuencia organizada, vivimos en un país en el que las presiones políticas son muy fuertes y, a pesar de que en el último sexenio se ha tratado de terminar con ellas, aún persisten».

El país es una belleza en lo paisajístico y lo cultural y y variopinto de norte a sur y de este a oeste, con playas, volcanes, pueblos mágicos, enclaves arqueológicos impresionantes… Pero hay algo más importante: «La gente es súper amable y siempre trata de ayudar». Es, sin duda, un pro; un contra reciente, que la llegada de numerosos extranjeros a Ciudad de México en los últimos años ha elevado los precios más de la cuenta.

Se come de lujo en México, pero si tiene que elegir una añoranza asturiana, esa es la comida. También las fiestas. Una buena mesa con un plato de callos no tiene recambio azteca para él. Sí confiesa que internet disipa las distancias tanto como los aviones que le traen cada vez con más frecuencia de retorno a casa, un lugar que mira como a un paraíso. Pero advierte que no sabemos venderlo fuera de nuestras fronteras: «Estoy orgulloso de ser asturiano pero siento que la promoción turística se basa en lo mismo que hace veinticinco años, no se ha cambiado nada, ni creo que aporte algo nuevo. Siento algo de estancamiento en ese sentido», afirma.

Su futuro está abierto: «La ilusión de regresar siempre está pero ya sabes que uno se lía la manta a la cabeza y cada vez es más complicado regresar. ¿Qué hará falta? Quizás otra corazonada como hace 16 años o una llamada telefónica con una buena oferta para plantear ese regreso».

EL COMERCIO

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