Aunque la respuesta más fácil sea calificar a la nueva clase de políticos centroamericanos de cínicos, también cabe la posibilidad de que su formación democrática sea tan deficiente como para ignorar el papel que el periodismo independiente está llamado a jugar. Y entre una cosa y la otra, esta franja de tierra entre Guatemala y Panamá se está convirtiendo en uno de los lugares del mundo menos propicios para oficio y profesión.
Lo que ocurre en Guatemala a partir de la detención del director de El Periódico, José Zamora, llena todos los ingredientes de la alienación autocrática de la clase gobernante, del consistente discurso contra informadores, medios de comunicación y empresarios de esta industria que se está volviendo tristemente frecuente en el istmo. Y aunque en el caso de Zamora hay desde hace meses una comprobada persecución del ministerio público contra una de las firmas más incisivas del periodismo centroamericano liderada por agenda presidencial y apetitos de la fiscal general, las reacciones al respecto son ambivalentes, como si lo que pasa no fuese relevante, como si aún cupiera creer en el debido proceso en ese caso, como si en el concierto social, el hostigamiento y amedrentamiento a quienes fiscalizan al poder político no fuera un agravio para toda la nación.
Por eso la arremetida populista que se atisba en Costa Rica es potencialmente menos perjudicial que la del Triángulo Norte: ahí hay una ponderación más exacta del valor del periodismo y se aprecia el trabajo de los informadores desde hace décadas. Aunque en la narrativa electoral costarricense se tiende a asociar a tal o cual medio de comunicación con tal o cual grupo económico y afinidad política, no se cuestiona ni a la libertad de expresión ni a la libertad de prensa. A los enemigos de la democracia el silencio les resulta igual de fértil que los aplausos, ambos son señal de que pueden amenazar a las voces críticas con un alto porcentaje de impunidad.
Nicaragua no cabe en ningún texto acerca del ejercicio periodístico libre, la dictadura mantiene a ese pueblo en la oscuridad. Pero arriba, en el Triángulo Norte, la maniobra cínica e insistente que se percibe en Guatemala, El Salvador y Honduras ha sido precisamente cuestionar la utilidad no sólo del periodismo sino de las libertades y derechos que esta profesión defiende de modo natural, el de acceso a la información pública y el del público a saber entre ellos. En El Salvador, ese discurso ha llegado tan lejos como para que los mismos funcionarios se congratulen a sí mismos sobre la pretendida salud de la democracia toda vez que no hay «periodistas capturados» ni «medios clausurados.»
La táctica contempla amedrentar lo suficiente a la industria periodística en su conjunto para mantener una tensión latente y cotidiana, un nivel discursivo injurioso, una promesa punitiva ilegal o no y a través de todo ese aparato controlar el músculo crítico o inducirlo a la autocensura. Pero si algo nos enseña la historia de las democracias que degeneraron en autocracia y después en dictaduras y totalitarismo es que ante el periodismo, la intolerancia no se da por satisfecha con ningún equilibrio y sólo aspira a su destrucción.
Podrán ser muy ignorantes y creer que al periodismo independiente se lo sustituye con propaganda o con desinformación o con redes del insulto que pretenden ser auténtica expresión ciudadana; o podrán ser muy cínicos y perseguir a los periodistas por hacer preguntas -demasiadas o hirientes-; al final, la nueva ola de políticos populistas centroamericanos guarda el mismo apetito que el dictador de Nicaragua porque busca lo mismo: hacer del servicio público un negocio, aun a costas de democracia y república.
La Prensa Gráfica