El periodismo es uno de los grandes convocados en cada edición de la Feria del Libro de Guayaquil, y este año no es la excepción. Para disertar sobre este asunto, la organización de la FIL invitó al reconocido periodista y escritor argentino Martín Caparrós, quien será parte de dos conferencias en el marco de este evento.
Primero, el autor de la novela Sarmiento (su más reciente obra) conversará con el público guayaquileño en un anticipado coloquio, el cual será dirigido por la periodista española Sara España, este sábado 24 de septiembre (de 20:00 a 21:00, en el salón Baquerizo Moreno del Centro de Convenciones de Guayaquil).
Caparrós luego será el centro de la plática “El periodismo que superó las noticias”, junto con las periodistas ecuatorianas Thalíe Ponce y Diana Romero, el domingo 25 de septiembre (de 18:00 a 19:00, salón Vicente Rocafuerte).
Antes de esos encuentros, el también novelista y ensayista con más de treinta libros publicados respondió este breve cuestionario a diario El Universo.
¿A qué se refiere cuando dice “el periodismo que supera las noticias”?
No lo sé, pero me intriga; no pienso perderme ese evento, así lo descubro. Imagino que puede tener que ver con ese periodismo que no se conforma con reflejar eso que se considera “actualidad” –lo que hacen los políticos, los ricos, los famosos y famosas, los futbolistas y los demás solo cuando se mueren de a montones– y trata de ir más allá, de contar y entender cómo vivimos y por qué.
¿Cómo evalúa al periodismo actualmente en Latinoamérica? ¿Qué debe mejorar o cambiar?
Justamente creo que, por pereza, se refiere demasiado a lo “extraordinario” y demasiado poco a lo común, a nuestras vidas, a lo que nos pasa todos los días. A mí me interesa mucho más entender cómo vive un pueblo que lo que dice su ministro del Interior o el gol de tal o el divorcio de cual o el choque de un camión.
¿Cómo valora el rol de las redes sociales en el periodismo?
Pueden ser una buena forma de difundir lo que se hace, lo que se publica. No pueden ser –como son tantas veces– una fuente de esas publicaciones: cada vez se ven más personas que, con esa pereza de la que hablábamos, arman una nota con seis tuits y dos tiktoks. Eso sí que es patético. O, por lo menos, no es periodismo.
Usted ha dicho anteriormente que no considera que las redes sociales sean un peligro para el periodismo. ¿Son una amenaza, entonces, para el consumidor de información o de noticias? ¿Qué opina?
No veo por qué serían una amenaza para el consumidor de información. Al contrario, pueden ser una garantía: las redes, con su gran circulación, permiten que se detecte muy rápido cuando alguien miente o manipula los datos, y que muy rápido se alerte a mucha gente de que lo está haciendo. También permite que muchos difundan mentiras, tonterías, pero siempre hubo terraplanistas y antivacunas –aunque se dedicaran a otros temas–.
¿Qué opina de una percepción que dice que actualmente vivimos en una sociedad hiperconectada, con acceso a mucha información en tiempo real, pero que a su vez es una sociedad desinformada?
Acceso a la información no significa “deseo de estar informado”. Hace dos o tres años analicé cuáles eran las noticias más leídas de los diarios más leídos de América Latina en un día cualquiera, daba pánico. La enorme mayoría eran idioteces, historias de farándula o de violencia delictiva, banalidad extrema. Y eso no es culpa de la hiperconexión, ni siquiera de los medios, más bien –y perdonen que lo diga así– es culpa de la educación de los lectores o la falta de ella.
La sociedad también tiene visiones sobre lo que es ser periodista, entre ellas, que no debería opinar o tener posturas sobre ciertos temas considerados sensibles o polémicos. ¿Quién tiene la razón?
¿Cómo se hace para no tener posturas u opiniones? Hay opiniones que parece que no lo fueran porque las comparte la mayoría, pero siguen siendo opiniones. Que la propiedad privada es absoluta –que si alguien tiene hambre no tiene derecho a llevarse un kilo de carne de un supermercado– es una opinión, y se podrían tener otras. Pero como es la opinión hegemónica y está cristalizada en leyes, suponemos que no lo es, que es algo así como la verdad. Y todo son opiniones, ideas sobre el mundo; no hay verdades absolutas ni neutralidad ni “objetividad” ni ninguno de esos cuentos para niños.
Usted es muy activo compartiendo sus criterios y visiones en Twitter, ¿qué le gusta de esta plataforma?
No soy muy activo, me meto cada tanto. Pero me gusta su capacidad de difusión, la posibilidad de contarles a miles y miles de personas que acabo de publicar algo que me interesa, y la posibilidad de enterarme de que se han publicado aquí y allá cosas que me interesan. Detesto, en cambio, su carga de violencia tan barata, tan cobarde, toda esa gente que tira la piedrita y esconde la mano.
Twitter es una ‘app’ en la que por cada tuit publicado hay una cola de detractores. ¿Usted ya se ha acostumbrado a esta dinámica? En Ecuador le decimos “estar curtido”.
No es que me haya acostumbrado, es que me dan penita. Si no tienen nada mejor que hacer que insultar en un tuit, qué tristes deben ser sus vidas, ¿no?
A inicios de este mes presentó su última obra de ficción, Sarmiento, inspirada en un personaje histórico para Argentina. ¿Cómo se encuentran periodismo y literatura en su vida?
No se encuentran, son lo mismo: el buen periodismo es literatura del mismo modo que las malas novelas no lo son. El buen periodismo y las buenas novelas son maneras de escribir el mundo, y sus diferencias son menores, en uno se cuentan cosas que se sabe que sucedieron y en la otra se cuentan cosas que podrían suceder. Pero las dos –si están bien pensadas, bien escritas– son formas de mirar, de tratar de aprendernos, de ir un poco más allá. ¿Usted conoce algún placer mayor que sentir que uno ha entendido algo?
El Universo