La comunicación de los actos de gobierno por vía de la prensa es parte necesaria en la relación entre quienes tienen a su cargo la administración del Estado y el pueblo. El recurso de publicitar los actos de gobierno está previsto en la Constitución y regulado por leyes tales como la de Ética Pública. Es decir que informar a la sociedad lo que se hace y cómo no es una decisión arbitraria, sino una obligación respaldada por organismos internacionales de defensa de los derechos de los pueblos.
Tal parece que estos principios no forman parte de la biblioteca del flamante ganador de las PASO, el señor Javier Milei. Para él, como para personajes que tienen posiciones similares en la actualidad o las exhibieron en el pasado en otros países, los periodistas son corruptos, delincuentes, prebendarios, carentes de ética, y los medios meras fuentes de ingresos estatales y paraestatales en beneficio de propietarios, editores o responsables de su conducción.
En estos días, las diatribas volcadas por el candidato contra colegas y medios, a los que acusó de recibir pautas oficiales o sobres bajo cuerda para beneficiar a unos o perjudicar a otros en la puja preelectoral, cruzaron el peligroso puente hacia el autoritarismo y la mordaza. Si dice esto ahora, mejor no pensar en qué hará si llegara a ocupar la presidencia. Hasta un presidente latinoamericano, López Obrador, hizo un (tal vez excesivo) paralelo entre el Milei de hoy y el Hitler de ayer. ¿Fue tan exagerada la comparación?
El factótum de la comunicación nazi, Joseph Goebbels (quien en un momento de su vida fuera periodista), escribió en su diario el 14 de abril de 1943, plena guerra y plena vigencia del terror: “Cualquier hombre que aún conserve algo de honor deberá tener mucho cuidado de no convertirse en periodista”. Así veía ese régimen a quienes ejercían el oficio. En cuestión de meses, el régimen nazi destruyó la prensa libre alemana, que antes fuera tan vigorosa. Para 1941, la editorial Eher del Partido Nazi se había convertido en la editorial más grande de la historia de Alemania, y su principal periódico, Völkischer Beobachter (Observador Nacional) había alcanzado una circulación de más de un millón de ejemplares.
¿Qué tiene que ver esto con Milei? Que se comienza con una brutal crítica contra la prensa no adicta y se desemboca en el séptimo círculo del Infierno de Dante, a donde van a parar los violentos, una de cuyas víctimas son, justamente, los periodistas. El ingreso al séptimo círculo está custodiado por el Minotauro, que representa la “loca bestialidad”, es decir la violencia que equipara los hombres a las bestias.
Cuando el candidato ganador de las PASO califica de corruptos a los periodistas que viven de la pauta oficial o reciben sobres non sanctos, para subordinar sus opiniones a las posturas que no le son favorables, ofrece una mirada cómplice con los que pretende criticar: al no dar nombres, al poner a todos en una misma bolsa, da paso a acciones violentas como las vividas durante los gobiernos de Jair Bolsonaro en Brasil y Donald Trump en los Estados Unidos. En marzo de 2020, cuando respaldaba el negacionismo de la pandemia, Bolsonaro insultó a los periodistas que le preguntaban por sus posturas antivacunas. “¡Ustedes son unos canallas! Practican un periodismo canalla, que no ayuda en nada. ¡Ustedes destruyen la familia brasileña, destruyen la religión brasileña!”, les gritó a periodistas tras un acto en 2021. Durante la campaña electoral que llevó a Trump a la presidencia, en 2017, éste calificó la gente de prensa como “los seres humanos más deshonestos de la historia”. Dos años más tarde, más de cien violaciones a la libertad de prensa fueron registradas en Estados Unidos.
¿Milei pone en riesgo la libertad de expresión en la Argentina? Al menos, amenaza con hacerlo.
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