Hay gente desencantada con el periodismo y fascinada con las redes sociales. Cree, quizás ingenuamente, que el ajetreo y el bullicio del mundo digital rescatarán la verdad empañada. Como si las redes fueran un espacio plural que se opone a la supuesta hegemonía de los medios tradicionales. No se dan cuenta de que los algoritmos tienden a crear reductos cerrados, burbujas inmunes a la contradicción.
Me apasiona el periodismo. Escribo en la prensa tradicional y participo intensamente en los nuevos medios. Ambos son importantes. No son excluyentes. Hay que navegar con profesionalidad y seriedad.
La reinvención del periodismo, la recuperación de su encanto, pasa necesariamente por un retorno a los sólidos pilares de la ética y la calidad informativa.
Hay que apostar por la información. Huele las noticias. Persíguela. Busca nuevas fuentes y encaja las piezas de un enorme rompecabezas para presentarlo lo más completo posible. Entre las habilidades necesarias para practicar el buen periodismo, algunas parecen ser innatas y por mucho que te esfuerces en aprenderlas, el esfuerzo será inútil. Así es el “estilo periodístico”. Una capacidad casi inexplicable que tienen algunos profesionales para descubrir historias inéditas, superar a la competencia y mantener la certeza de que es posible producir contenidos de calidad que sirvan al interés público.
Ya no nos basta con definir qué información necesitan los consumidores. Necesitas escuchar lo que tienen que decir. El entorno digital ha roto la comunicación unidireccional que, durante muchas décadas, prevaleció en las redacciones. El fenómeno de las redes sociales rompió la burbuja en la que estaban confinados algunos periodistas que producían noticias para muchas personas, excepto para su lector real. Además, hemos perdido el control de la narrativa. Es hora de aplicar directrices estrictas.
Algunos periodistas de los principales medios de comunicación, especialmente cuando cubren política, en nombre de una supuesta independencia, se han embarcado excesivamente en lo que yo llamaría periodismo de militancia. Y eso no está bien. No fortalece la credibilidad y molesta a sus propios lectores.
De hecho, existe una brecha creciente entre lo que ven y reportan y lo que paulatinamente se consolida como hechos o percepciones de sus propias audiencias, dado que se les ha otorgado el poder de realizar sus reflexiones e incluso investigaciones, facilitadas y potenciadas por internet.
El periodismo mediocre y desalmado es una enfermedad peligrosa que puede contaminar las redacciones. El lector no siente el pulso de la vida. Los informes no huelen a asfalto. Es necesario dar nuevo vigor a la información y a un contenido bien redactado, serio, preciso y ético.
Es necesario darse cuenta, para bien o para mal, de que hemos perdido la hegemonía de la información. Se requiere menos periodismo anti y más proposicional. Necesitamos analizar nuestra cobertura y preguntarnos si existe un valor diferencial en lo que ofrecemos a nuestros consumidores. Sabiendo que si la respuesta es negativa, habrá pocas posibilidades de monetizar nuestro contenido. Al fin y al cabo, nadie pagará por lo que pueda encontrar de forma similar y gratuita en Internet.
Soy optimista sobre el futuro de las empresas de comunicación, pero no puedo dejar de considerar que el renacimiento de nuestro sector será el resultado de un proceso doloroso. Se necesitará una buena dosis de audacia para alterar viejos procesos y modelos mentales que, hasta ahora, han frenado los intentos de reinvención. Ha llegado el momento del encantamiento.
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