Arriba otro 8 de marzo. Día similar a cualquier otro, a no ser porque a lo largo de sus veinticuatro horas conmemorará el Día Internacional de la Mujer.
Las calles de muchas ciudades del mundo se llenarán de mujeres que alzarán su voz en distintas lenguas, entonando coros repetidos, mostrando pancartas casi idénticas a las del año anterior. Mujeres con nombres similares a otras, incluso, con apodos parecidos. Cómplices que visten ropas idénticas, que exigen cada año lo mismo: respeto, igualdad, condiciones laborales iguales a sus pares masculinos, seguridad física, castigo a los feminicidas, cambiar leyes que deslegitiman su existencia y su esencia.
Cada 8 de marzo se convierte en día de expectación y tensión, en especial porque se recuerda a las que ya no están. “Vivan las queremos” gritan en México, donde se estima mueren diez mujeres por día. O en Rusia, donde al menos 150 periodistas deben abandonar el país, en su mayoría mujeres, que por ser críticas ante la guerra ven peligrar su trabajo, su libertad y su vida. En ambos casos luchan contra enormes barricadas, en México contra las paredes de acero que se yerguen a lo largo del imponente zócalo capitalino, en Rusia, contra barricadas que defienden la intolerancia y el autoritarismo.
Los dueños del poder político, jurídico o económico saben que el 8 de marzo es afortunadamente, para ellos, un día más. Cuando amanezca será una reseña periodística. Un recuerdo, un hecho curioso que llevó a un alto en la rutina. Un espectáculo que pudieron ver desde lo alto, en la gran torre de oficinas donde trabajan. Un motivo para la risa socarrona que aviva el recuerdo de comentarios hilarantes hechos por alguien sobre algunas mujeres: la gorda, la mal vestida, las feas o de mujeres hermosas que animaron comentarios morbosos.
Con un nuevo día, la marcha, las mujeres, sus reclamos, sus cantos, sus diferencias físicas serán suceso olvidado. Acontecimiento curioso que rompió momentáneamente lo consuetudinario. Pausa que dio ánimo a los espectadores, haciéndolos volver entusiastas a su rutina.
Los reclamos pasados y por hacerse, aunque urgentes, tendrán poco valor el día siguiente. Los políticos seguirán empeñados en priorizar nuevas estrategias con las cuales mantener vivo en el ánimo de los votantes la imagen populista del presidente de turno, sobre todo, porque el resultado de las últimas encuestas marcaba una caída estrepitosa de su popularidad.
Quien detenta el poder tiene la certeza que, afortunadamente, el ocho de marzo no es sino un día más. Las mujeres, desafortunadamente, también saben eso.
Sus demandas en poco tiempo dejarán de ser noticia. Saben con certeza que más tarde que temprano tendrán nuevamente que salir a las calles para gritar con rabia y dolor el nombre de otra mujer asesinada. Seguirán denunciando hostigamiento en sus trabajos y exigiendo que las dejen vestir como desean, que les permitan decidir su destino y qué hacer con su vida. Que se les reconozca laboralmente con el mismo peso y el mismo pago que reciben sus compañeros hombres por realizar un trabajo similar al de ellas.
El mundo que las vió marchar volverá el día siguiente a su habitual desdén. La impunidad retomará su cauce durante los 364 días que restan por alcanzar nuevamente aquella fecha, que con resignación o tristeza les hace recordar que siempre habrá otro 8 de marzo.