México.- Durante muchos años, Griselda, una de las primeras personas en llegar a la calle donde Javier Valdez yacía muerto con 12 balazos en el cuerpo, maldijo a su marido: “¿Por qué tuvo que firmar esa nota?”, “fue un egoísta que no pensó en nosotros” o “no nos amaba tanto como decía…”, le reprochaba una noche sí y otra también cuando apagaban la luz junto a una mesita llena de medicamentos.
Cinco años y muchas horas de sicólogo después de su asesinato, Griselda Triana (Guadalajara, Jalisco, 1969) empieza a referirse a él con la naturalidad de quien habla de su viejo compañero con el que pasó 27 años y tuvo dos hijos. Durante este tiempo ha cambiado de casa y de ciudad, vive con escoltas y le da pánico cualquier camioneta con cristales oscuros, pero ha logrado volver a querer a esta “pinche profesión” que le quitó a su marido.
Hasta su asesinato el 15 de mayo de 2017 en Culiacán, Javier Valdez era el periodista de referencia para entender el narcotráfico en el Norte de México, o sea el Harvard del crimen organizado mundial, donde la droga mueve tanto dinero como la deuda externa del país. Valdez era el periodista que más sabía de los carteles, los capos, las rupturas, las traiciones o las razones de tal o cual masacre. Fundador de la revista Riodoce y colaborador de La Jornada y la agencia Afp, su nombre era respetado en un gremio acostumbrado a devorarse por la honradez con la que ejercía el oficio. Era el que más informado estaba, “aunque no publicaba ni una ínfima parte de lo que sabía”, dice su viuda, pero también el más querido porque no ejercía de oremus sangriento, sino que dedicó la mayoría de sus ocho libros, entre ellos Huérfanos del narco o Miss Narco (finalista en la Semana Negra de Gijón) a explicar sus consecuencias en la sociedad.
Javier y Griselda se habían conocido hace 27 años en la universidad de Culiacán. Ella estudiaba psicología y él sociología, pero pronto formaron una pareja inseparable en la que ella se hizo cargo de la economía familiar mientras él ponía en marcha la revista. “Qué suerte tienes”, bromeaba Grisela cuando Javier llegaba a casa con su exigua nómina de 1.500 pesos (75 euros) mientras se consolidaba el proyecto de Ríodoce. Junto a otro referente del periodismo mexicano, Ismael Bojórquez, la revista fue poco a poca creciendo como un medio riguroso que describía- a las autoridades y a la profesión- el panorama delictivo desde la zona más caliente del país, Cualiacán, la capital de Sinaloa. Pronto, Riodoce se convirtió en una publicación de referencia como Zeta de Tijuana o el Diario de Juárez. Medios habitados por periodistas que trabajan en redacciones con cristales antibala, puertas blindadas para ir de una sección a otra, o que cuentan sus años de existencia por las granadas y disparos recibidos en su fachada.
Luego llegaron los premios- el Moors Cabot de la Universidad de Columbia o el Premio libertad de expresión del Comité para la Protección de Periodistas (CPJ) de Nueva York- pero nada de eso le hizo olvidar que seguía en Culiacán. Solo unos días antes de su asesinato, cuando a principios de mayo de 2017 la policía detuvo a Dámaso López, El Licenciado, uno de los aspirantes a suceder a El Chapo Guzmán, una reportera de EL PAÍS escribió a Valdez para conocer su opinión sobre cómo sería la estructura del cartel, pero este pidió no responder. “Disculpa, agradezco tu interés, pero por razones de seguridad no puedo dar declaraciones, se puso cabrona la situación”, escribió en un mensaje.
“Javier me mantenía al margen de muchas cosas para no preocuparme, pero yo sabía que las cosas no estaban bien. Desde que entrevistó a El Licenciado en febrero, todo comenzó a descomponerse y pasé las semanas más angustiosas de mi vida”, recuerda. Sabía que podía tener consecuencias y yo le preguntaba una y otra vez Javier ¿cuándo te vas de Sinaloa?, ¿cuándo te vas de Sinaloa?, y él solo me miraba diciendo “pero cómo chinga esta mujer”, dice ahora con humor. “Nunca se lo dije, pero durante aquellas semanas sentía un pánico angustiante cada vez que me subía al coche con él. Pero me parecía injusto que nos privaran de salir juntos en nuestros ratos libres”.
El capo que no aguantó la crítica
La mañana del 15 de mayo de 2017 Valdez tuvo la reunión semanal con su equipo de Ríodoce para definir los temas de portada, terminó de escribir un texto para La Jornada y al mediodía salió de la redacción. Se subió a su Corolla rojo, avanzó un par de calles hasta que tres hombres encapuchados le cerraron el paso. Segun los testigos, los sicarios “hablaron con la víctima un minuto o dos” y después dispararon 12 veces dejando su cuerpo ensangrentado bajo el intenso sol de Culiacán, junto a su viejo sombrero de ala ancha.
Segun la fiscalía, la orden de matar a Valdez la había dado un joven capo local, Dámaso López Serrano, alias el MiniLic, molesto por una columna de Valdez en la que lo describía como un narco mediocre e incapaz de liderar el cartel que dirigía y con el que se estaba enfrentando a los chapitos, los hijos del Chapo Guzmán que heredaron su imperio cuando fue detenido. Valdez describió al ‘MiniLic’ como un ‘pistolero de utilería’ que acostumbraba a pagar “para que le compusieran corridos”. A Damaso López, terminar con el periodista le costó 100.000 pesos (unos 5.000 euros) y tres pistolas con sus iniciales para aquellos tres infelices.
“Después de que lo mataran me llené de enojo con él. Ahora no lo hago pero en su momento pensé que no nos amaba como decía, porque si de verdad nos quisiera se hubiera marchado y estaría vivo. Durante mucho tiempo estuve enojada con él y pensaba que había sido muy egoísta”, dice Griselda tras muchos años de terapia, charlas, silencios y cambios de domicilio.
“Están ganando los malos”
Sentada en una terraza de la Ciudad de México, Griselda Triana, es hoy una mujer de risa fácil que llora cuando no hay nadie cerca. Cuando llegan las malas noticias se aísla, deja de contestar al teléfono, se encierra en su habitación, llora muchas horas seguidas y vuelve cuando está segura de llevar sonrisas. Griselda ha organizado la primera red de víctimas de periodistas asesinados que celebró el año pasado su primer encuentro. Una reunión sobre la que no se puede decir ni lugar, ni fechas, ni asistentes “por razones de seguridad”, dice moviendo los hombros, porque así están y así siguen las cosas en México. Griselda reunió a un importante grupo de esposas e hijos de los más de cien periodistas muertos en la última década, 15 de ellos en los últimos ocho meses, para luchar porque tengan una pensión, que se persiga a los criminales o puedan ir al sicólogo. “Cada vez que matan a un periodista un escalofrío me recorre el cuerpo y lo pasa muy mal. Lo primero que pienso es en los hijos que deja o en sus esposas que se quedan solas y empobrecidas. La mayoría son familias muy humildes que dependía económicamente del periodista asesinado que viven en lugares pequeños y no tienen recursos para vivir, menos aún pagarse un abogado o moverse en la burocracia o las instituciones”, explica. “Es increíble la indiferencia del gobierno de México ante lo que ocurre. Es como si su trabajo no sirviera para visibilizar un problema. Como si lo que hacen no hubiera servido para nada”. “La conexión entre nuestras familias no es por ser periodistas, sin por el hecho de ser víctimas. Ahí está la conexión más fuerte”, explica.
-¿Están ganando los malos?
-Sí, los periodistas siguen muriendo y cada vez hay más zonas de silencio en el país.
-¿En qué falla la conexión con la sociedad? en cada asesinato siempre salen los mismos pocos compañeros de profesión a protestar.
-Eso decía Javier, la sociedad, ¿dónde está la sociedad?. Murió trabajando por un país más justo y menos corrupto
-¿Hay esperanza?
-Sí. Me emociona ver a gente joven que hace periodismo en colectivos para tener más alcance y darse seguridad. Grupos de periodistas como Quinto elemento en la Ciudad de México, Amapola en Guerrero o en Guadalajara.
“Como si me escupieran a la cara”
La semana pasada Griselda recibió una de esas noticias que la dejó llorando varios días. El viernes pasado un periodista le llamó para decirle que el asesino de su marido estaba a punto de salir de una cárcel en California tras cumplir una condena de 72 meses, después de que la jueza Dana Sabraw determinara que había “cooperado lo suficiente” y había cumplido su condena en el Centro Correccional de San Diego. Hasta entonces, el MiniLic estaba encarcelado por delitos menores cometidos en Estados Unidos, pero colaboró con la justicia en el juicio sobre El ‘Chapo’ Guzmán, lo que le permitió alcanzar la calle. “Fue como si hubieran vuelto a matar a Javier. Como si me escupieran a la cara”, recuerda. “Volví a sentir el dolor, la frustración y la impotencia de hace años, pero esta vez, también me robaban la esperanza de que se hiciera justicia”, dice con el tono pausado de quien lleva encajando disgustos desde hace años. “Pensé en sentarme delante de la embajada estadounidense con una pancarta que dijera “Estado Unidos encubre a los asesinos de periodistas”, pero sé que ese no es el camino. Ahora estoy en otro momento de mi vida y mis acciones pueden tener consecuencias en mis hijos”, explica. Durante mucho tiempo tomé decisiones para sobrevivir, ahora para vivir”.
Sobre el resto de implicados en el asesinato, Juan Francisco, alias El Quillo, fue detenido y condenado a 32 años por disparar al periodista. El sicario que lo remató, Luis Ildefonso, alias El Diablo, apareció muerto semanas después y Heriberto Picos, alias el Koala, que conducía el vehículo en el que viajaba el grupo, fue también detenido y condenado a 14 años de cárcel. Sus capturas son una anomalía en un contexto que dice que el 98% de los asesinatos de periodistas terminan sin detención alguna. El autor intelectual, el MiniLic, ha jugado mejor sus cartas y se entregó a la a Estados Unidos donde se hizo colaborador de la justicia. “Solo quiero que su extradición se vuelva una prioridad para México. Solo deseo que le alcance la vida para cumplir en una cárcel mexicana por lo que hizo”, dice con la calma de quien lleva muchos años tratando de reconciliarse con el país que habita.
En el país más homicida del mundo para la prensa, 15 periodistas han sido asesinados desde que comenzó el año y las estadísticas dicen que antes de la Navidad serán asesinados seis periodistas más. Esos mismos números confirman que esta vez tampoco no habrá detenidos, que no se sabrá nada de la investigación y que dos semanas después volverán a asesinar a otro periodista. La vida reciente de Griselda es una historia de horror, violencia, periodistas asesinados y desprecio oficial. Pero es también una historia de amor y lucha del México valiente que se niega a las estadísticas y se resiste a ignorar la unica frase que hay grabada en el busto de Javier Valdéz de Culiacán: “Nunca el silencio”.
El País