Bogotá, Colombia.- Algunos de los medios de comunicación más importantes de Colombia publicaron esta semana la falsa historia de una barranquillera que decía haber sido ilustradora de El niño y la garza, la ganadora del Globo de Oro a mejor película animada. El Heraldo de Barranquilla publicó, en su edición impresa del domingo 14 de enero, una elogiosa reseña del inexistente trabajo de Geraldine Fernández: El talento barranquillero que se impuso en los Globo de Oro, tituló. Infobae, portal con millones de lectores en América Latina, fue más allá: Esta es la ilustradora colombiana que ganó el Globo de Oro con una película de animación. El diario El Tiempo, el más leído del país, publicó: La ilustradora colombiana que trabajó en El niño y la garza. La emisora Caracol Radio: Una barranquillera en la cumbre del cine animado del mundo.
Decenas de pequeños portales digitales y agregadores de contenidos publicaron la noticia. Ninguno contrastó el relato de Fernández. Fueron usuarios de redes sociales quienes horas después develaron la mentira que la joven reconoció la mañana de este jueves en Caracol Radio, y con un comunicado de prensa en el que afirma que “nunca existió participación en la ilustración y diseño de la película”.
Hace unas semanas ocurrió algo similar con un supuesto estudio, replicado por muchos medios, que afirmaba que el chicharrón era más saludable que las verduras. Era falso. La investigación científica ni siquiera existía. Meses antes, muchos medios publicaron que un niño había sido reclutado por la guerrilla del ELN. El equipo de verificación de datos de la Agencia EFE demostró que el video, única fuente de la información, era una actuación coordinada por un creador de contenido digital.
En estos y otros casos la reacción de los medios al descubrir el error fue borrar los artículos. Muchas veces también eliminaron las publicaciones en redes sociales que los promocionaban e incluso redireccionaron las URL hacia otros contenidos.
Ricardo Corredor, director del Centro de Estudios en Periodismo de la Universidad de Los Andes, explica que en Colombia las noticias falsas cada vez son más comunes, y que es más frecuente encontrarlas en medios grandes y prestigiosos: “En los últimos años se ha evidenciado un aumento en las fallas de procesos editoriales de muchos medios”.
Para Corredor, el problema proviene de la crisis económica de los medios de comunicación. “Han tenido que reducir mucho su planta de personal, sus equipos y el nivel de los profesionales. Las redacciones son cada vez más pequeñas y más jóvenes”. Antes, dice, una nota podía pasar por un editor, un periodista e incluso un fact checker. Ahora, en muchos casos, un redactor escribe, corrige y publica. Debe hacer muchas más notas en poco tiempo, y no solo en texto, sino en video y audio. “Eso ha hecho que se reduzca la calidad de los procesos editoriales. Eso genera que se cometan más errores”.
Jonathan Bock, director de la Fundación para la Libertad de Prensa (FLIP), afirma a EL PAÍS que, ante la crisis, muchos medios han elegido un modelo de negocio que refuerza la dinámica que describe Corredor. Le apuestan a publicar “un número altísimo de noticias diarias” para posicionarse en redes sociales y en las búsquedas de Google, tener más usuarios y clics, y con eso negociar la publicidad. “Es frecuente encontrar muchas más notas con errores menores, como faltas de ortografía, de fechas o de datos. Pero también se publica mucha información sin confirmar, sin contrastar”.
Las informaciones erradas terminan “impactando la confianza de la ciudadanía en los medios de comunicación”, dice Bock. Si se van acumulando noticias que no son ciertas, las personas no encuentran motivos para diferenciar entre el contenido de redes y el de medios de comunicación serios. De hecho, el informe del Instituto Reuters, centro de pensamiento de referencia en temas periodísticos, de 2023, revela que solo el 35% de las personas en Colombia confía en las noticias, una cifra que ha venido cayendo desde el 40% de 2021, el primer año en que ese reporte incluyó al país.
Yolanda Ruiz, miembro del consultorio ético de la Fundación Gabo, cree que el problema trasciende los medios de comunicación e incluye a toda la sociedad. “Hay un mercado muy grande para la desinformación. Hay audiencias ávidas de consumir información emocional, no rigurosa. Es una especie de círculo vicioso en el que perdemos todos”. Los medios replican y amplifican las tendencias de las redes sociales, las audiencias persiguen esas historias, y los opinadores e influencers la retoman para subirse a la ola. “Es como el perro que se muerde la cola, una cadena muy difícil de quebrar. En ese camino se va perdiendo el oficio riguroso del periodismo”.
La búsqueda de sumar visitas, la dictadura del clic, como la llama Ruiz, ha hecho que el buen periodismo muchas veces quede relegado y sea poco leído y compartido. Y los medios publican contenidos virales y de tendencias en redes sin verificar. “A veces no hacemos la verificación de las fuentes y publicamos algo porque apareció en otro lado. Estamos cometiendo errores”. Por ello, insiste en que los lectores se tienen que preguntar “sobre la veracidad de los hechos incluso si están publicados en medios de comunicación serios”. Un problema adicional, dice, es que en un mismo medio pueden estar al lado un gran reportaje, una investigación de altísima calidad, una información comercial disfrazada de contenido periodístico, otra con sesgos y una falsa.
Bock lo resume así: “El hecho de que los medios de comunicación estén en esta carrera despiadada por atraer la mayor cantidad de personas desprevenidas para que les vaya mejor en los indicadores de tráfico hace que estén dejando de lado lo más importante: el sentido esencial del periodismo de aportar información confiable, sustentada”.
Esta pérdida del sentido se ve reflejada en que la ciudadanía cada vez cuestiona más el ejercicio de los medios. La encuesta Invamer Gallup que se realiza periódicamente en Colombia desde hace 20 años, refleja ese descontento. En 2019, por primera vez, la percepción negativa de los medios fue mayor que la positiva, una tendencia que ha aumentado en los últimos años.
Ruiz, Bock y Corredor coinciden en que la credibilidad se afecta más cuando los medios no reconocen los fallos de manera transparente y honesta. “Todos cometemos errores, pero uno aspiraría a que hubiera protocolos para reconocerlos y corregirlos. Eso no lo hace casi ningún medio en Colombia”, dice Corredor. Un ejemplo de autocrítica pública y abierta son los videos La redacción al desnudo en el que Fidel Cano, el director de El Espectador, reconoce y explica los errores de la semana. “Eso debería ser una práctica generalizada, pero no”, sigue Corredor. “Lo que hacen muchas veces los medios es cambiar la parte en la que se equivocaron y ya”.
El mismo día que estalló el caso de Geraldine Fernández, el periódico El Tiempo publicó un artículo titulado: Fiscalía imputará cargos al exalcalde de Medellín, Daniel Quintero, por peculado. Un par de horas después, ante la exigencia de Quintero porque la información no era cierta, cambiaron el título por: Así van las investigaciones contra Daniel Quintero y varias de sus fichas en Medellín. En ninguna parte se encuentra un reconocimiento del error. Esto mismo ocurre todos los días en muchos artículos de prensa.
Para Corredor, el estándar debería ser corregir e incluir una fe de errores explicando el cambio y su motivo. “Ojalá los medios tuvieran políticas claras, compromisos de calidad públicos, manuales de estilos y de principios a los que los lectores pudieran acceder con facilidad, en los que estuviera claro qué hacer después de cometer un error”.
Bock explica que antes había más herramientas para la defensa de las audiencias. En los periódicos y en los canales de televisión estaba el defensor del lector, figura que ha desaparecido por la misma crisis económica. “Es importante hacer visibles los errores que se producen en los medios, es importante que respondan haciendo los correctivos. No escondiendo la mugre debajo del tapete, sino con una relación más directa y trasparente con las audiencias”, dice el director de la FLIP. Y concluye: “De lo contrario, lo que vamos a ver es la dinámica de los últimos años: audiencias descontentas e inconformes que terminan alejándose de los medios y buscando la información en otras fuentes”.
Además de la ausencia de estos protocolos internos, Bock explica que en Colombia “no existe una instancia, un organismo o una colegiatura independiente de periodismo donde se puedan tratar y estudiar estos casos de desinformación. En otros países sí”. Encuentra desafortunada esa ausencia de un espacio de diálogo: “No digo que sea una instancia del Estado, ni pública, sino un organismo de la sociedad civil, de la academia, en el que se puedan revisar y señalar los errores que comete el periodismo”.
A Ruiz le preocupa que estos errores, siempre más visibles que los aciertos, impiden a la ciudadanía reconocer el periodismo de calidad que se hace todos los días en muchos lugares y en muchos medios. “Tiene que haber una reflexión colectiva, que comience por el gremio e incluya otras partes de la sociedad”. En esa reflexión, los medios no pueden evadir su responsabilidad, dice Bock. “Este ejemplo de Geraldine es realmente insignificante si se le compara con un informe de inteligencia o un proceso de corrupción. Si el medio confía solo en esa voz y no tiene un proceso de contraste, estamos en un retroceso en los métodos internos de revisión”.
El País