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Manu Leguineche, 80 años de su periodismo: Jugar limpio

Este vasco se convirtió en una figura de referencia para todo periodista que las generaciones más jóvenes pueden recuperar

ALEXIA COLUMBA JEREZ

Era un periodista con motor diésel que iba pasaporte en mano y con una Olivetti a cuestas. Todos sus allegados concuerdan que fue el mejor de su generación. Para Mariano Guindal que sería el hijo que Leguineche nunca tuvo, fue «el más brillante reportero de la Transición». Prestaba atención al detalle cuando asistía a cada guerra, fue el eterno enviado especial y daba cuenta de una barbarie que se tiene por costumbre, recordando la famosa frase del corresponsal Michael Herr: «No tuvimos infancias felices, pero tuvimos Vietnam». Informaba bajo el compromiso de ser imparcial, practicando un periodismo artesanal y de calle del que llegó a sentenciar que estaba en declive. Y es que veces lo más simple es lo más complejo.

Miguel Delibes, Francisco Umbral y Manu Leguineche, en la época en que trabajó en El Norte de Castilla

Los que trabajaron cerca de Leguineche pronto entendieron que amas la profesión o uno se convierte en un funcionario de la noticia. Era un firme defensor del periodismo de provincias. Su padre profesional y su primer jefe en el oficio en el `Diario de Castilla´, Miguel Delibes, en cierta ocasión dijo de sí mismo: «He sido fiel a mi pasión periodística, a la caza… Lo mismo que hacía de chico lo he hecho de mayor, con mayor perfeccionamiento, con mayor sensibilidad, con mayor mala leche. Siempre he hecho lo mismo». Esta descripción también podría aplicarse a Leguineche, un vasco que tenía la escritura por vocación. Y tal como nos recuerda Belén Ayala que estuvo en la agencia de prensa Lid y fue una de las numerosas periodistas que engrosan la gran familia de aprendices de este vasco: «No conocer a Leguineche es no conocer una manera de informar y de hacer un periodismo más esencial».

Nació un 28 de septiembre de 1941 en Arrazua , hace hoy 80 años, en el seno de una familia acomodada y franquista que decidió pronto enviarlo a estudiar a un internado con los jesuitas, mientras se formaba en él su pasión por el Athletic de Bilbao y por la palabra escrita, yendo en contra de la voluntad de un padre que quería que estudiase para notario. Fue precisamente en la época universitaria, en tiempos en que los comisarios del intelectualismo podían censurarte hasta los National Geographic, cuando decidió unirse a un grupo de periodistas que estaban dando la vuelta al mundo.

Víctor López , periodista y escritor de la biografía de Leguineche, lo calificaría de «un viaje de catarsis para dejar atrás la España gris del momento». Sería entonces cuando se hace con el macuto básico: pastillas para la acidez, un frasco de whisky, una radio de onda corta y libros. El equipaje ideal del viajero que sería toda su vida. Mientras, va escribiendo crónicas como freelance que vende al diario Madrid o La Vanguardia, pasa por la India, Vietnam y encuentra que allí se está jugando el futuro del mundo. Se queda y cruza caminos con la periodista Oriana Falacci y François Pélou , formando un equipo que será su bautismo de fuego.

Estando en Vietnam tienen una oferta de Colpisa , una agencia de prensa que manda crónicas a distintas cabeceras provinciales. El vizcaíno se rodea de una serie de periodistas, los colpisanos, un grupo dispar, que serán posteriormente algunos de los nombres más destacados de la profesión. Entre ellos estaría Mariano Guindal, un chico de la calle que estaba dispuesto a trabajar sin mirar el reloj o Pedro Conde Zabala o Kepa Zabala que lo acompañaría durante trece años. Como Víctor López apunta: “Leguineche tenía olfato para escoger a la gente con talento”.

Manu Leguineche de joven

«Su ideología era el periodismo»
En la agencia se practicaba un periodismo maratoniano y de valores, en suma profesional, que no atiende a ideologías, sino que es un periodismo a secas que alcanzó su máximo expresión cuando gobernaba Adolfo Suárez y la sociedad, de manera masiva, vio a los periodistas como un punto de referencia . «Colpisa nace con la idea de ser la antítesis a una versión oficialista, era una pequeña agencia y a nosotros nadie nos sobornaba porque éramos insignificantes y luchábamos contra los ‘sobrecogedores’ , que era el que escribía bien de una empresa y le pasaban un sobre con dinero bajo cuerda», comenta Guindal. La ventaja es que era una agencia a la que los censores del franquismo hacían poco caso, así gozaron de una gran libertad.

Ese grupo de redactores serían como una familia adoptiva que tras largas jornadas ampliaban su horario en el departamento de Manu Leguineche, en Islas Filipinas, un cuartel general donde podías encontrar a corresponsales de todos los medios comiendo fabada hasta la madrugada. Además, de tanto en tanto, cada vez que estallaba un conflicto Leguineche en lugar de esperar a que las noticias llegasen a las redacciones iba a por ellas . Para Guindal, «eso le convirtió en el jefe de la tribu , siempre era el primero y estaba dispuesto a ayudar. Los que iban a la guerra de Crimea o a la de Chipre coincidían en el mismo hotel, salvo Manu, que era una rata de alcantarilla con un presupuesto ajustado que hablaba con el taxista o el zapatero, lejos de los centros de mando».

Manu Leguineche ejerciendo de enviado especial

Su otra faceta era la de escritor de 43 libros. Según López, «Manu fue el periodista más polifacético que ha habido, fundador de agencias, escritor de libros, guionista y productor de programas de televisión como `Informe Semanal´ . Fue un periodista total». Y estuvo al frente de varias agencias de prensa, desde Colpisa a Cover Prensa, Lid y Fax Press. Como el propio Leguineche sentenciaba en el artículo `Los fantasmas rotos´ : “Guiado por el masoquista que hay en mí he organizado otra agencia”. En una agencia no había línea editorial, ésa era su ventaja, y aunque le hicieron ofertas de otros medios no estaba dispuesto a comprometer su independencia.

López insiste en que la ideología de Manu era el periodismo , más allá de la política, sin embargo empezaba a creer, y así lo confesaría en su libro `La tribu´ , que la profesión «está como muerta, fosilizada», así lo confirma su compañero Antonio Papell . Hoy las generaciones más jóvenes de periodistas no conocen a una figura como Leguineche. Para Pilar Cernuda , periodista y colaboradora de Leguineche en el programa `Estudio abierto´ , “hay que estar menos pendientes de la tecnología y ser más rigurosos, antes te encontrabas a los que estaban intentando formarse y los excepcionales, como Manu. Ahora hay mucha mediocridad”.

Su viaje final se da una vez ha triunfado, pero se ha convertido a la vez en un personaje olvidado al que la enfermedad ha apartado de la profesión. Se recluyó en su refugio de la Alcarria , en Guadalajara, `La casa de los gramáticos´. Un lugar en el que tal como recoge López en `El jefe de la tribu´ se reúnen las 4 bes : bar, botella, baraja y brasero… y sus partidas de mus . Al final, López le preguntó, en 2014, si hay que seguir peleando por la profesión, él contestó «claro», es la vocación de uno.

En suma, más allá de su enfermedad, Paco Marquina lo retrataba en `Guadalajara tiene quien le escriba´ , de esta forma: «En medio del triunfo, Manu es un escéptico que duda de su propia valía, en plena guerra es un compasivo que baja la guardia para proteger a un compañero; en la mesa de los placeres es un cobarde ante un solomillo rojo y una copa de vino espeso; en el trato amistoso es un tímido que se protege de quien mejor le conoce, y en el campo del amor es un débil al que pone en fuga una mujer hermosa porque la teme tanto como la admira. Manu es un vividor, un sabio y un moralista».


MANUEL MAMPASO

Un periodista a ras de suelo

Manuel Leguineche era el periodista de las cosas pequeñas, un profesional a la vieja usanza, porque creía que había que estar con los personajes de la noticia, aquellos que pueblan la vida cotidiana. Dirigía su mirada a lo que estaba fuera de foco para contar solo lo que se sabe, sin especulación ni medias verdades , para López: «Era un faro a media luz, sin ambages ni florituras, con el carácter del que no se deja mandar ni tentar, un conversador nutritivo que sabía cuándo callar y cuando escuchar». Era por antonomasia el periodista del instante reposado, coherente y pendiente de la sintaxis moral. Cáustico con los poderes fácticos, mantenía la indiferencia del que sabe lo que son y procura establecer con ellos una distancia con ellos como cerco de seguridad.

Llevaba a cabo un periodismo que el periodista Felipe Sahagún describió como «una escritura en estado de gracia bajo presión». Por eso, su habilidad para relatar historias con la naturalidad del que está hablando con un amigo es una lección dirigida a esa civilización periodística contemporánea, ingenua y cínica al mismo tiempo con el mundo que le rodea. Porque la objetividad no existe, pero sí la integridad. Él era el ejemplo con hechos, alérgico al periodismo con ego, pero sin escalpelo. Hacía un periodismo humanista en caliente frente al teleperiodismo de despacho. Leguineche entendió perfectamente que el uso de la palabra pública compromete, y todos los hombres son el resultado sólido de una palabra y algunos de sus esquinas más afiladas. Sabía ser honesto, y eso es lo que uno querría hacer de mayor, jugar limpio.

ABC

 

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