Por ALMUDENA TORAL
Madrid, España.- Que las generaciones jóvenes ven más que leen en internet estos días no es ningún secreto. Los periodistas competimos por la atención de los lectores, independientemente de su edad, con sus teléfonos móviles y sus televisores. Pero no me refiero a los programas tradicionales, sino las plataformas de streaming a demanda. Tenemos el deber y la oportunidad de encontrar a la audiencia donde está. Y sí, sin tapujos, hacer que nuestro periodismo riguroso y de servicio público también entretenga. Ya sea en TikTok o en Netflix.
Hace siete años que se popularizó en Estados Unidos la idea del pivot to video (giro al video), por la que muchas redacciones despidieron a los periodistas que escribían y contrataron productores audiovisuales, empujados por la creencia de que el vídeo era la panacea que iba a resolver los problemas financieros de los medios. No lo fue. Luego vinieron los pivots a los podcasts, a las newsletters, y la lista sigue.
No hay fórmulas mágicas. Una estrategia de vídeo digital exitosa requiere entender que no hay una receta que le valga a todos los medios por igual, porque depende de su audiencia y modelo de negocio. Pero lo que sí sabemos es que más gente ve vídeos en sus teléfonos que hace años, durante más tiempo, y que el género audiovisual puede hacer cosas de manera muy efectiva que a otros formatos se les dificulta.
El viejo dicho “una imagen vale más que mil palabras” cobra un nuevo significado en internet en tiempos del vídeo forense y los deepfakes. Varios medios estadounidenses han creado unidades de investigaciones audiovisuales especializadas en el análisis de fuentes de información de open source como vídeo, documentos, información satelital y cruce de geolocalizaciones en redes sociales – mostrando evidencia irrefutable de, por ejemplo, cómo mataron a Khashoggi, a Breonna Taylor y a George Floyd.
En TikTok, la plataforma de crecimiento más rápido especialmente entre usuarios jóvenes, medios como el Washington Post han aumentado su apuesta por contar las noticias en segundos y con humor. También hay departamentos de opinión que están rompiendo moldes en cuanto a formatos y tambaleando nociones anticuadas de objetividad, creando op-eds y videoblogs que elevan voces antes invisibles en estos espacios. Quién está delante de la cámara en OTT, Instagram, Facebook o YouTube empieza a ser tan importante como quién está detrás en términos de diversidad.
E igual que siempre habrá apetito para los vídeos cortos con carga evidencial e inmediata y los explicativos de formato medio hipervisuales con carga contextual, cada vez hay un espacio mayor para los documentales de gran profundidad. Están los cortos (como los del New Yorker o The Guardian – (Colette, del medio británico, ganó un Oscar en 2021). Y también los largos y las series. Estamos en la era de la documania, en que el género ha pasado de nicho a blockbuster comercial gracias a que las plataformas de streaming como Netflix, HBO Max, etcétera. han encontrado que sus audiencias adoran las historias reales, Y cuesta mucho menos producir documentales que películas de ficción. A pesar de la volatilidad de la industria, es una oportunidad que medios como TIME, The New York Times o The Atlantic han aprovechado, produciendo o coproduciendo con cineastas y productoras títulos cinemáticos como Black Gold (de TIME en Paramount+), Padre, soldado, hijo (Father Soldier Son, del NYT en Netflix), Una clase de cielo (Some Kind of Heaven, del NYT en Hulu) o El nuevo supremacismo blanco (White Noise, de The Atlantic en Amazon). Hablando de películas de ficción, el New York Times hasta tiene una cabeza de contenido dedicada a esta oportunidad de negocio e impacto. Pero con el cruce de la industria del periodismo con la de Hollywood también vienen desafíos – éticos, desde luego, de tiempos y de reconocimiento de marca.
De lo que no cabe duda es de que el vídeo digital no se va a ninguna parte, y junto a la inmediatez y nuestra capacidad colectiva de enfoque reducida, la audiencia está demostrando que también tiene hambre de contexto y profundidad.
EL PAIS